Todavía recuerdo cómo grité del dolor la primera vez que me depilé, fue a los 9 años y me dolió mucho, por eso después preferí hacerlo con el rastrillo. Fueron las palabras que la escuché decir mientras veíamos un anuncio de cremas depiladoras en la televisión.
¿A cuántas mujeres no hemos escuchado decir que la belleza cuesta?
A muchas, a la mayoría, o quizá a todas, porque eso nos hicieron creer, eso nos enseñaron desde niñas, con eso crecimos, eso nos impusieron. Sembraron en nosotras odio hacia nuestras cuerpas a través de sus estereotipos de belleza, sembraron odio en nuestras mentes para hacernos rivalizar entre nosotras por ver quién era la más bonita, quién era (la que a sus ojos ) mejor cumplía con todo lo que el patriarcado requiere en una mujer. Por todo esto es que a muchas mujeres, a la mayoría de las mujeres, este tipo de vivencias las había hecho sentir insuficicientes e inseguras, lo que llevo a algunas a practicarse metodos de belleza más complejos, como las cirugías. Hay quienes deciden recurrir a algún tipo de cirugía con el fin de modificar alguna parte de su cuerpo, y dicha modificación, la mayoría de las veces, tiene que ver con el aumento de alguna de las partes intimas de su cuerpo. Se llegan a aumentar el busto, los glúteos, se perfeccionan la nariz, o hasta se quitan algunas costillas para verse más delgadas. Todo para encajar en el sistema a través del engaño que nos exige ser el tipo de mujer que les conviene que seas. La mujer que ellos nos hicieron creer que queríamos ser. Todo esto encubierto bajo la falsa idea del “ empoderamiento femenino” y del sentirse bien con una misma. Y no es culpa de ninguna mujer, jamás lo será. Es culpa de este sistema que nos ha hecho creer que debemos estar y ser perfectas para ellos. Es un sistema tan bien estructurado que nos enseñó a adorar a los hombres a tal grado de buscar su aprobación a costa de lo que sea, incluso a costa de poner en riesgo la vida misma y aquí quiero retomar las palabras de Monique Wittig, cuando menciona que la procreación es el acto más peligroso, después de la guerra, donde se expone la vida misma.
Las mujeres crecemos duramente educadas bajo las reglas de la belleza y feminidad. De ahí las frases que calladita te ves más bonita. Las niñas bonitas no dicen groserías, las niñas bonitas no se sientan con las piernas abiertas, no escupen, no se rien fuerte y demás mandatos que se han perpetuado a lo largo de la historia y que tristemente han pasado de generación en generación entre las mujeres de nuestra familia.
Depilate las piernas, el bigote, las axilas, la vagina, láva tu parte íntima con jabón neutro, con benzal, ponte cremita, ponte talco, ponte desodorante, ponte perfume, ponte todos los productos que el patriarcado invento para “ la “comodidad” y el “beneficio” de las mujeres, eso es con lo que crecemos viendo en todas partes. Crecimos creyendo lo importante que era querer alcanzar la perfección física para la aprobación masculina. Por eso las mujeres que hemos salido de su sistema y a quienes no nos interesa su aprobación en ningún sentido, somos vistas como una amenaza, una peste. Las mujeres que rompemos con el orden establecido, que rompemos los paradigmas de belleza y feminidad, nos enfrentamos al menosprecio y el odio social.
La imposición de la femineidad y estar lidiando con los estándares de belleza implantados en la sociedad son temas desgastantes para muchas, incluso dolorosos para otras, porque nos enseñaron hasta a lacerar nuestros cuerpos para ser aceptadas. Incluso a través de sus discursos que hablan de inclusión social y la no discriminación, han orillado a mujeres a transformar sus cuerpos, eso sí, bajo los parámetros que ellos eligieron y como lo eligieron porque es bien sabido que te dan la “libertad”, pero ellos te van diciendo cómo ser “libre”.
Foto de Önder Örtel de Pexels: https://www.pexels.com/es-es/foto/manos-cuerpo-tratamiento-adentro-7187195/