Cuando estaba en primero de secundaria, había dos tipos de compañeras: las más desarrolladas, físicamente hablando, y las que aún aparentábamos ser niñas. Por supuesto, las primeras eran las que tenían más “pegue” con los chicos, e incluso parecía que estaban muy adelantadas en todas las artes femeninas: usaban sostén y tacones, se maquillaban sutilmente, se pintaban las uñas, hasta la falda del uniforme estaba cinco dedos arriba de la rodilla (¡Qué escándalo!).
Las que parecíamos niñas y no teníamos ni una curva en nuestro cuerpo aún, las veíamos, no con envidia, sino como si fueran nuestro modelo a seguir. Esa Diosa en la Tierra que queríamos llegar a ser. Observábamos su caminar en el patio y cómo encantaban la vista de los hombres con el vaivén de la cadera, como el encantador a la serpiente. Soñábamos con que, algún día, podríamos ser como ellas: sensuales.
En ese entonces, no me daba cuenta realmente del sufrimiento de los demás compañeras. O tal vez, no era tan notorio como ahora. Puedo asegurar que el bullying no es algo nuevo, simplemente en la actualidad tiene mayor visibilidad. Y ahora, que razono esos dos “bandos”, pienso en lo mucho que deben haber sufrido las que se desarrollaron más rápido, porque el proceso seguramente no fue sencillo: miradas lascivas, chismes, cotilleo, risas, burlas… Saber que las miradas están en ti, debe ser sumamente abrumador. Principalmente si eres una mujer que apenas está descubriendo el mundo y debe copiar o asemejarse a los estándares de belleza que se manejaban en la televisión.
Y saco a colación esto porque hace unos días, la actriz Millie Bobby Brown sorprendió en la alfombra roja de la presentación de la cuarta temporada de la serie “Stranger Things”, por su cambio físico y estético. A sus 18 años, se dejó ver con con un vestido blanco y entallado, con abertura en la pierna, además de un nuevo look, con el cabello largo y rubio y, aparentemente, con alguna cirugía estética. Los cibernautas la atacaron despiadadamente: desde compararla con actrices mayores hasta lo irreconocible que lucía su rostro.
Tal parece que no hemos aprendido la lección y estamos inmersos en una sociedad que ama criticar y ridiculizar a las jóvenes promesas del medio en el que se desenvuelven. Y es precisamente Millie, quien desde los 12 años, ha hablado abiertamente sobre las sombras de la fama y lo cruel que puede llegar a ser la prensa; de cómo ha sido hipersexualizada desde su infancia y la ha convertido en una clase de objeto público.
Lamentablemente, no es la única en el medio del espectáculo que ha padecido esto. Recordemos, por ejemplo, a Lindsay Lohan, Britney Spears o Paris Hilton, quienes desde niñas las llevaron a ser un símbolo sexual, a tal grado de afectar su vida y su salud mental.
La hipersexualización infantil es la obsesión por resaltar los atributos sexuales por encima de las cualidades. Lo vemos diariamente en los medios de comunicación y en redes sociales: niñas maquilladas, bailando sensualmente, con ropa no acorde a su edad y con delgadez extrema, reforzando la idea de que estos son los objetivos que todas las mujeres están obligadas a alcanzar si quieren ser valoradas por la sociedad. Es como si la mujer sólo tuviera valor si es sexualmente deseable, si no, no existe, desaparece.
Esta situación se vuelve un círculo interminable, porque los referentes femeninos de esas niñas son las madres, las tías, las hermanas, etcétera, y ellas, a su vez, han tenido las mismas referencias de hipersexualización. Pareciera que es imposible salir de este patrón, sin embargo, estoy segura que si empezamos a analizar y tomar conciencia de esto, podremos llegar a tener herramientas para reducir el impacto que genera en las nuevas generaciones y por qué no, romper poco a poco con los cánones de belleza establecidos y aceptarnos y amarnos con el cuerpo que tenemos sin tener que ir sexualizándonos por la vida. Es el momento: nos debemos el ser libres, por nosotras.
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