Por Lorena Ríos
Cuando escuchas el nombre de Marilyn Monroe ¿Qué es lo primero que te viene a la mente? ¿Banalidad? ¿Frivolidad? ¿Sexy bomb? ¿Rubia tonta? ¿Drogas? ¿Excesos?
Bueno para muchas personas así es, y todo gracias a que la industria del entretenimiento de los 50s y 60s se encargó de que así fuera.
En una época donde el cine podía hacer realidad las fantasías, también descubrieron que podían fabricar pesadillas para las mujeres que les causaban problemas. Estamos hablando, claro, de una industria millonaria dirigida por hombres codiciosos – valga la redundancia – en una época en que las mujeres representaban activos intercambiables o desechables, según sus aptitudes, atributos y, desde luego, su sumisión.
Muchas son las historias de horror que poco a poco han ido saliendo a la luz con el paso de los años, rumores y confesiones de abusos sexuales (hetero y homosexuales), explotación laboral, y hasta procedimientos quirúrgicos u hormonales a que fueron obligadas muchas celebridades mayores y menores de edad para, en el mejor de los casos, conservar sus empleos.
Pero Marilyn… ah, ella fue y será siempre otro cuento. Otro nivel. Una estrella más brillante y más rebelde, que les costó más trabajo apagar. Pero la apagaron.
Norma Jean Mortensen, nació en Los Ángeles, California, en 1926, padeciendo desde entonces la ausencia de su padre y el maltrato de su madre. Creció en varias casas de acogida y orfanatos, hasta que se casó a la edad de 16 años y trabajó en una fábrica durante la Segunda Guerra Mundial, donde fue «descubierta» por un fotógrafo que la invitó a hacer sesiones pin-up. Como luego se dice: «El resto es historia».
Poco a poco fue llegando la fama y el personaje de Marilyn Monroe fue tomando forma para proteger y rescatar a Norma Jean.
Mucho se supo de sus romances, de sus escándalos, de sus excentricidades, de su sensualidad y belleza, de su volatilidad, adicciones y trastornos. Pero el punto aquí es lo mucho que ella logró y nadie dijo (y nadie dice).
Luchó cuánto pudo contra la brecha salarial y, aunque fue muy difícil equipararse con sus colegas masculinos, logró negociar acuerdos bastante decentes para su época. Aún así, al sentir que su talento no era tomado en serio y que sus ofertas de trabajo giraban en torno al estereotipo de rubia tonta y símbolo sexual, decidió mandar a Hollywood al carajo, mudarse a Nueva York y fundar su propia Productora: MMP (Marilyn Monroe Productions).
Todo lo anterior, no sin antes aventarse un intenso round legal y mediático con Fox, estudio que primero se rehusó a mejorar su contrato (pese a los ingresos que ella les generaba) y después, cuando por fin le ofrecieron una mejora, incumplieron con las nuevas cláusulas, negándole un bono ya estipulado y asignándole todavía papeles a los que ella se refirió como «los mismos viejos roles sexuales».
Fox y otros tantos medios se dieron a la tarea de ridiculizarla y atacarla por medio de parodias y cartones donde la retrataban como una mujer estúpida, conflictiva y mediocre, augurando además su fracaso como empresaria.
Por consejo de su amigo, el escritor Truman Capote (otro personajazo del que ya hablaré otro día), decidió pulir su talento y tomar clases de actuación con Miss Constance Collier y, posteriormente, con la pareja de Lee y Paula Strasberg.
Tras superarse en lo personal, artístico y empresarial, demostró de lo que era capaz y Fox — como el perro arrepentido — negoció con ella un nuevo contrato en el que acogería y financiaría los proyectos de MMP, cuatriplicarían su sueldo y le permitirían escoger sus proyectos y su equipo de producción, dirección y fotografía.
Hubo entonces más «ires y venires». Más oportunidades de filmar, de producir y de ganar premios y reconocimientos por su trabajo.
Desafortunadamente, a la par que intentaba establecerse como una actriz y empresaria seria, su vida personal y su estado de salud se venían a menos, lo que le ocasionó serios conflictos con el estudio, con el equipo y con sus coprotagonistas. Llegaba tarde, olvidaba sus líneas, hacía repetir y repetir escenas hasta que quedaba plenamente convencida de ellas (dato curioso: a Stanley Kubrick lo alaban por eso mismo que a ella le criticaban), entre otras inconformidades que su staff sacaba a la luz luego.
Conforme aumentaban sus crisis de ansiedad e insomnio, aumentó su dependencia a los calmantes, barbitúricos y alcohol.
Por si los trastornos (de probable predisposición genética) no fueran poca cosa, padeció también de endometriosis, razón por la cual tuvo varios abortos y un embarazo ectópico, contribuyendo esto a sus aflicciones emocionales.
Fue finalmente en agosto de 1962 cuando falleció, presuntamente por sobredosis. Cansada de luchar contra el grandísimo monstruo patriarcal que aún hoy en día se aposenta (ya no tan) cómodamente en la industria del entretenimiento y sus nexos con la política.
Pese a la conmoción que causó su muerte, su imagen problemática, sexual y hueca, tristemente prevalece. Más se habla de sus escándalos y de sus tragedias, que de sus triunfos y de sus logros como mujer de mitad del siglo pasado.
Pudo ser un icono feminista, pero quiso el patriarcado que fuera recordada como un símbolo sexual.
Fue Truman Capote quien le ofreció un cariñoso homenaje en uno de los relatos de su libro «Música para camaleones», donde narra el último día que pasó con ella. Él recordó la pregunta de su amiga: ¿Qué dirán de Marilyn cuando ya no esté? — «Dirán de ti que fuiste una adorable criatura».
Foto vía Wikipedia Commons