Por Alix Trimmer
En el contexto de nominaciones a los premios Óscar y vista la falta de representación femenina en dichas nominaciones podemos analizar la figura del “techo de cristal” que existe en nuestra sociedad en todos y cada uno de sus rincones.
En 2023, después de varios años en que la representación femenina se veía en la categoría de “Mejor director” (sí, director y no dirección para permitir, desde el lenguaje, la paridad) no hay una sola mujer nominada. Esa misma dominación masculina se traslada al premio para el mejor guión original, donde tampoco existen mujeres nominadas. Existen hoy, en el contexto de la celebración de la edición 95 de los premios de la academia, categorías que nunca han sido ganadas por una mujer, en la categoría de mejor dirección únicamente han sido nominadas 7 mujeres, en todos esos años, y únicamente tres han conseguido ganar. Por si la estadística no fuera suficiente, hasta 2020 solo el 14% de las personas nominadas (más de 10,000) en categorías no relacionadas con el “género” fueron mujeres.
La expresión “techos de cristal” tiene más de 40 años y no por ello ha dejado de tener vigencia. Hablar de techos de cristal es nombrar a las barreras existentes pero -ligeramente- invisibles que nos colocan a las mujeres en un lugar distinto y que no nos permiten desarrollarnos a plenitud en el mundo y sociedad construida alrededor del hombre, cisgénero, heterosexual, como figura de máxima aspiración.
Habrá quien diga que la ausencia de representación de mujeres en nominaciones, premios, puestos directivos, posiciones políticas y demás espacios de toma de decisiones se debe a la falta de capacidad, a la falta de preparación; sin embargo, es un hecho conocido hoy que la causa de todas esas ausencias es, en primer lugar, la falta de oportunidades.
La desigualdad atribuible al género ha estado presente en nuestra historia como humanidad desde sus inicios, los estereotipos y roles de género que han dictado cuál es la forma correcta de conducirse, de desarrollarse e incluso de educarse en función del sexo que nos fue asignado por nacimiento, siempre ha estado ahí.
Las cuotas de género, es decir esta obligación numérica de “cubrir” espacios con mujeres como acción afirmativa ha sido sumamente criticada incluso por mujeres, porque consideran que las mismas les violentan, desvalorizando su profesionalismo y su talento para convertirlas en una estadística más, sin embargo, es claro que para que sea escuchada nuestra voz, como mujeres, como grupos de atención prioritaria, no basta con tener algo que decir, es necesario que nos presten el micrófono.
No estoy proponiendo, al menos no directamente, que las cuotas de género por las que tanto hemos luchado en espacios políticos y privados alcancen a los premios de la academia, pero si propongo que el trasfondo de creación artística sea también un espacio libre de estereotipos y que, también ahí, las mujeres, las disidencias y en general todas las personas tengamos igualdad de oportunidades de acceso y más aún de reconocimiento.
La presencia de mujeres en espacios visibles es necesaria, no sólo para reconocer aquello de lo que somos capaces y el talento que tenemos, sino para crear conciencia futura y permitir que las nuevas generaciones vean en esa representación la posible realización de los sueños que hoy tienen.
Las infancias y adolescencias de nuestro planeta merecen un futuro incluyente, merecen películas y arte que nos visibilicen en la diversidad que somos, pero sobre todo, merecen una realidad que permita que sus sueños prosperen, haciéndoles incluso ganar una famosa estatuilla dorada, sin importar que ésta tenga un nombre que, dice la sociedad, es exclusivo para varones.
Gracias por la inspiración para estas letras y por la compañía en la lucha feminista, a mi querida Samantha Cerisola; te quiero, hermana!
Imagen composición de photology 2000