Tenemos el mismo derecho a la educación

Hoy cuando las mujeres compartimos espacios en los salones de clases nos parece muy cotidiano vernos ahí, nunca o casi nunca nos detenemos a pensar en el privilegio que tenemos de hacerlo; las luchas que nos han abierto los caminos, lo difíciles que han sido y que siguen siendo

por Eloisa Román Fajardo

Por Eloisa Román

Hoy cuando las mujeres compartimos espacios en los salones de clases nos parece muy cotidiano vernos ahí, nunca o casi nunca nos detenemos a pensar en el privilegio que tenemos de hacerlo; las luchas que nos han abierto los caminos, lo difíciles que han sido y que siguen siendo.

En México el 52% de las personas que estudian un posgrado son mujeres, según datos de la SEP(2018).  Los números parecen muy alentadores, pero las experiencias que vivimos quienes somos parte de estas estadísticas nos aterriza súbitamente en la realidad. Pues, más allá de las posibilidades reales que tendremos al graduarnos, es importante detenernos a pensar en las dificultades que se entretejen a los roles de género y que nos hacen más difícil lograrlo.

Cuando cursé la maestría, la mayoría éramos mujeres, casi todas con hijxs,  también había compañeros que eran padres y además estaban casados. Aunque ellos tenían responsabilidades económicas con sus familias, como nosotras,  su tiempo era para ellos y sus estudios, sus esposas eran las encargadas del trabajo del cuidado y de todo el quehacer doméstico, ellos siempre tenían tiempo para leer, asistir a congresos, hacer trabajo de campo y por supuesto, para inspirarse y hacer el trabajo creativo de la investigación y de  la escritura de la tesis que es terriblemente demandante.

Mi compañera Perséfone  y yo,  teníamos hijos pequeños, y lo logramos gracias a que estábamos  cobijadas por nuestras redes; nuestras mamás principalmente, quienes nos cuidaban a los niños, nos apoyaron con el trabajo doméstico,   nos echaban porras y nos contenían cuando no podíamos más. Si bien nuestras mamás nos apoyaban muchísimo, nosotras teníamos finalmente la responsabilidad  económica (ella al 100%)  y del cuidado de nuestros hijos; a diferencia de los hombres, nosotras como las otras compañeras madres/esposas ejercíamos un doble rol.

Oralia y yo íbamos al archivo por la mañana, a  la escuela por las tardes y   mayormente  hacíamos trabajos y lecturas de noche, cuando los niños ya estaban dormidos y nos podíamos concentrar. Cuando teníamos demasiado por hacer,  los tratábamos de entretener en lo que nosotras trabajabamos  y  hasta bromeamos diciendo -estos niños o aman estudiar, o lo van a odiar- , la respuesta aún no la tenemos, se resisten en ocasiones, pero siguen interesados en aprender.

Uno de los requisitos de las becas del gobierno federal es hacer una estancia de investigación, para poder hacer la mía, mi mamá viajó conmigo a Sevilla para cuidar de mi hijo mientras yo iba a clases.  Además,  me apoyó con los gastos, porque las becas de movilidad no tienen apoyo de ningún tipo para lxs hijxs. Sin su apoyo, sin ese privilegio, no hubiera podido ir.  Nuestros compañeros podían hacer sus estancias de investigación con mayor facilidad, pues solo eran ellos quienes debían desplazarse, pues hay un sistema que les permite deslindarse del trabajo del cuidado en sus hogares.

Un día en clases yo me sentía muy mal, tenía náuseas y mareos, uno de mis profesores, un prestigioso historiador  me dijo “espero que no esté embarazada, porque aquí eso no se permite” no fue bebé, fue una tremenda hepatitis. Su comentario además de ser muy violento está fuera de lugar, ya que no existe expresamente ninguna restricción de ese tipo para cursar este posgrado, aunque si las hay en otros,  y por supuesto, las hay implícitas.  ¿Cuándo esperan que las académicas tengamos hijxs si nuestro reloj biológico no espera? Además ¿por qué el desarrollo profesional ha de ser excluyente del desarrollo personal? ¿hay las mismas prohibiciones implícitas a los hombres? ¿ellos también tienen “prohibido” tener hijxs?

En el doctorado las cosas no pintan diferente, las mujeres somos mayoría, pero  mis compañeras mujeres tenemos diferentes retos a los que enfrentan los hombres. Además de la presión de producir conocimiento constantemente, acumular publicaciones, congresos, escribir tesis y colaborar económicamente en nuestros hogares, las mujeres somos responsables del cuidado de los nuestros, lo que dificulta significativamente nuestro trabajo creativo e intelectual, pues es agotador.

Entre mis compañeras del doctorado hay tres a quienes admiro profundamente y vaya que las  comprendo, pues malabareamos entre investigación y familia. Así vivimos, pues hay un sistema que sostiene y reproduce la inequidad con los roles de género, mismos  que nos violentan a las mujeres porque hay sobre nosotras la responsabilidad casi exclusiva del trabajo del cuidado.

Hestia es tutora de los dos hijos adolescentes de su marido, quienes atraviesan por momentos muy complejos propios de su edad y a quienes lleva, trae, escucha y abraza constantemente.  Gea  apoya a su  papá quien enfrenta una situación compleja con su salud, juntos están dando la batalla, cuidando de los otros hermanxs y ayudando en el hogar. Atenea  cuida de dos hijxs pequeñxs que dependen de ella a casi tiempo completo, durante la pandemia compartió espacios con su marido que hace home office, con lxs niñxs en casa a tiempo completo sus tiempos para el estudio fueron las noches, mientras lxs demás dormían, para luego ella levantarse a la misma hora a seguir con las actividades cotidianas.

¿Yo? Pues estoy a cargo del cuidado de mi hijo y del trabajo doméstico, reviso tareas, hago compras,realizo los pagos de los servicios, preparo comida, llevo y traigo a mi hijo de la escuela y de todas sus actividades extracurriculares. Soy académica mientras  mi esposo y mi hijo  no están en casa y una vez que llegan me pongo mi uniforme de madre/esposa. Así pasan mis días, entre Butler y Naruto; entre piñatas y reuniones zoom; entre la computadora y la lavadora.

Todas vivimos entre libros y  cacerolas, para nosotras no hay tregua, vivimos agotadas, con un alto nivel de exigencia. Es cierto que somos muy privilegiadas al poder estar estudiando un posgrado, pero también es cierto que aún vivimos en un sistema de profundas inequidades  de género que nos violenta y nos vulnera. Por lo tanto,  no resulta suficiente nuestra presencia en las aulas, si no que sigamos luchando porque un día las mujeres   logremos estudiar en igualdad de circunstancias.

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