Por María Macías
Hace un año realicé un viaje a Estados Unidos, visité familia y amigos en California, pero decidí llegar primero a Tijuana, Baja California, donde también tengo familia, y de ahí cruzar a pie la frontera.
Me fui en las fiestas decembrinas para recibir el año nuevo allá. El itinerario era llegar con mi prima y tío a Tijuana, estar un día para de ahí moverme a Estados Unidos donde uno de mis amigos me recibiría en San Diego e irnos por carretera a Indio, California; días después fui a Los Ángeles con mi primo y su familia. Su hospitalidad y la de los amigos es invaluable, la lejanía al final de cuentas nos hace más cercanos.
El 26 de diciembre de 2023 fue el día que elegí para cruzar la frontera, me encontré con que muchas personas que viven “del otro lado” regresan a laborar; tuve suerte, según me dijo uno de los chicos con los que platiqué en la fila, pues solo tardé tres horas en cruzar “la línea” y no cinco como le había tocado a él.
El cruce a pie fue algo que siempre quise hacer. La frontera, y sobre todo Tijuana, ha sido un enigma para mi, desde que me formé como antropóloga, tuve un deseo por conocer más sobre la pluriculturalidad, el paso de millones de personas que van y vienen, su música y el arte, sin embargo, la vida me llevó a estudiar otros temas, además, las investigaciones sobre el narco y la crueldad en torno a los migrantes ocuparon el interés general, y yo me aparté de ello.
Mi prima y mis sobrinas me dejaron en un lugar cercano a la línea para cruzarla caminando. En todo momento estuve alerta; escuché acentos no solo mexicanos, sino de otros lugares, observé que había familias que viajaban juntas, o madres que dejaban a sus hijos con los abuelos, grupos de amigos, tanto mexicanos como estadounidenses, mujeres y hombres solos, incluida yo.
Como no sabía exactamente qué tenía que hacer al llegar a la línea, le pregunté a un hombre que estaba delante mío quien era ingeniero, originario de Culiacán.
Mi amigo se encontraba en San Diego esperándome, le marqué para decirle que iba a demorarme más de lo previsto porque no había contado con que la fila era demasiado larga; él me dijo: “es que debiste haber cruzado por el puente, por el CBP”[1] y yo le dije: “no, no pude porque llegué ayer y para cruzar por ahí debe ser directo del Aeropuerto y tomar el puente”. Al colgar, me dice el ingeniero que recién conocí: “¿Eres de la Ciudad de México?” y yo: “¿por qué?; y él respondió: “por el cámaraaa, te marco al rato”, y nos echamos a reír.
Él me dijo que al llegar a la línea debía tener mi visa y pasaporte en mano, así como las direcciones donde iba a llegar; que generalmente dejan entrar rápido y que debía pagar en efectivo la entrada. Así lo hice. Él se apartó de mí para irse a otra fila; los oficiales estadounidenses nos apuraban a todas y todos los que íbamos a cruzar. Con sus linternas nos echaban luz para enseñarnos por dónde, gritando: “go, go!”.
Hice todo el trámite, llegué ante el oficial, pagué y después me indicaron dónde estaba migración; no se pueden tomar fotos y debes tratar de ser lo más concreta posible al hablar con ellos. Yo pensé: “ah, es aquí donde te hacen la clásica pregunta: ¿A qué vienes a los Estados Unidos?”; casi todos hablan español pero prefieren hacerlo en inglés, y yo lo practiqué, me dijo “¿estuviste aquí en 2017?” y yo contesté que no, y me dijo: “hay un registro tuyo aquí” y yo, “¡ah, sí!, cuando viajé a Toronto solo hice escala aquí”, y el oficial comenzó a reír para decirme que había puesto cara de espantada, yo no lo recordaba, fue un viaje a un congreso, posterior al temblor del 19 de septiembre de ese año. Finalmente me dejó entrar y llegué.
Me llamó la atención cómo una línea hace que todo cambie de un momento a otro. Unos metros atrás estaba en Tijuana, y ahora, estaba en San Diego, me dio la impresión que todo era diferente, parecía muy cuadrado, muy lineal. Quise llamarle a mi amigo y me di cuenta que no podía porque no había encendido el roaming. Pasó por mi y nos dirigimos a nuestro destino, todavía nos faltaban cuatro horas de camino, por aquellas vías californianas enormes, de noche. Pasamos a cenar hamburguesas, el mejor recibimiento en aquella nación.
En ningún momento dejé de pensar en mi privilegio por poder cruzar como lo hice, en contraste a como lo hacen miles de personas con los peligros y violencias a las que se ven sometidas. Definitivamente, una piensa en la utopía, en la eliminación de las fronteras, pero la vuelta a la realidad es más aplastante.
Ahora que lo relato, recuerdo a Marc Augé cuando hablaba de los no lugares,[2] como aquellos donde se da el “anonimato”, donde se condensan historias pasajeras, casi como el timeline de Twitter (ahora X), que se vuelve efímero al pasar de un tema a otro. Es justamente en estas “nociones de itinerario, de intersección”, donde se presentan conversaciones que de alguna manera te distraen del tiempo, del paso lento pero constante que nos hacemos para cruzar, y sin embargo, se diluyen nuestras historias al pasar la frontera, “una antropología del aquí y del ahora”, afirma Augé, donde observamos y guardamos en la memoria para después reflexionar. Aquí es donde se conjuga lo individual y lo colectivo, donde damos paso a la interpretación de los hechos y tratamos de darle explicación.
Esta vez no busqué darle alguna, sino vivir la experiencia, de observar con mis propios ojos y de estar en ese no lugarque -desde donde lo entiendo yo- deja un paso, una huella, para convertirla en historia, no solo la propia sino la de dos naciones que al compartir territorio, se enfrentan a la migración de miles de personas.
La frontera se vuelve un no lugar, pero a la vez, un lugar de dominio, de paso, de control, donde las movilidades juegan un papel importante en la toma de decisiones de países que, como el nuestro, reciben migrantes de otros países.
Al final, lo efímero se condensa en un movimiento en la búsqueda de una mejor vida. Somos un país de gente trabajadora. Mis amigos y mi familia que viven allá lo son. Para ellas y ellos, estas notas.
Foto: María Macías. mariamaciasgo@gmail.com
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[1] Customs and Border Protection, agencia federal del gobierno de Estados Unidos que se localiza en la frontera para supervisar el cruce.
[2] Augè, Marc (1992) Los no lugares. Espacios del anonimato. Una antropología de la Sobremodernidad. Gedisa: España.