El patriarcado, el machismo y la misoginia: pilares de una opresión cotidiana

por Aideé Aguilar Esquivel

Por R. Aideé Aguilar Esquivel

Al revisar mis notas de artículos pendientes, tocaba escribir sobre la misoginia en redes sociales y las críticas hacia el feminismo. Entonces, comencé mi investigación y análisis sobre lo dicho, pero, inmediatamente me di cuenta de la necesidad volver al inicio, es decir, explicar de diferentes maneras y ejemplos la misoginia presente en todos los ámbitos de la vida de las mujeres, mostrar que seguimos viviendo bajo el yugo del patriarcado, a pesar de que existan leyes y protestas para que las mujeres vivamos libres, sin violencia.

La realidad es que se tiene que seguir explicando y mostrando hasta el cansancio. Por ello me daré a la tarea de mostrarlo con diferentes perspectivas y ejemplos, para así, después continuar con otros temas. Lo más seguro es después serán más fáciles de comprender.

Comencemos con los conceptos básicos como el patriarcado, el machismo, la misoginia etc., y cómo estos siguen presentes e impactan a la sociedad en general, pero en específico a las mujeres. Pero antes, debo aclarar y dejar bien marcado que, jamás se debe de entrar en una “guerra de sexos”, es lo más equivocado que, como sociedad y personas podemos hacer. Porque si lo entendemos así nubla nuestro entendimiento y aparato crítico. Sin embargo, tengamos presente que este discurso permea las redes sociales, los medios digitales, los programas, las noticias, las películas, los artículos, los comentarios de los internautas y, en la misma vida cotidiana, en una conversación informal.

Tengamos presente que el patriarcado, el machismo y la misoginia son estructuras interconectadas que perpetúan la desigualdad de género y limitan el desarrollo integral de las mujeres, afectando de manera negativa a toda la sociedad.

¿Cómo se manifiestan el patriarcado, el machismo y la misoginia en la vida cotidiana y cuáles son sus efectos en la sociedad en general y específicamente en las mujeres? Tienen implicaciones sociales, económicas, políticas y psicológicas en las mujeres y el resto de la sociedad.

Ahora bien, vivimos en una sociedad que, aunque presume avances en igualdad de género, sigue moldeada por tres conceptos clave que ya he mencionado. Estas estructuras no solo influyen en la vida de las mujeres, sino que condicionan las dinámicas sociales y frenan el progreso colectivo. Sylvia Walby comparte en Theorizing Patriarchy, que el patriarcado es un sistema de poder donde los hombres dominan y explotan a las mujeres.

Este sistema se refuerza a través del machismo, es decir, las actitudes que celebran, aprueban, reproducen la superioridad masculina, y convierte en objetos sexuales a las mujeres; y la misoginia que tiene que ver con el desprecio o aversión hacia las mujeres, creando una red de opresión omnipresente.  A pesar de los logros feministas, estas dinámicas persisten, invisibilizándose en formas cotidianas y, por tanto, merecen un análisis crítico.

Remarquemos que el patriarcado es un sistema persistente que sigue regulando las relaciones de género y está presente en todos los ámbitos de la sociedad. En México, por ejemplo, las altas tasas de feminicidio son un reflejo extremo de este sistema. Así como el acoso callejero que a diario sufrimos las mujeres al salir de nuestro hogar. El hostigamiento sexual u acoso en el entorno laboral, la violencia machista en el hogar etc. Por ello es pertinente retomar lo que nos dice Marcela Lagarde en Los cautiverios de las mujeres, donde describe cómo el control sobre las mujeres se perpetúa a través de normas, costumbres y violencia.

Pensemos en las barreras laborales: aunque las mujeres constituyen una parte esencial de la fuerza de trabajo, suelen ocupar posiciones menos remuneradas o enfrentan techos de cristal, esto último se refiere básicamente a que les ponen trabas para que ocupen puestos gerenciales o similares, lo que evidencia una desigualdad institucionalizada.

En cuanto al machismo, se manifiesta como una cultura que celebra la virilidad y minimiza el valor de las mujeres. A propósito de la celebración de los Derechos Humanos cada 10 de diciembre, las mujeres no estaban contempladas como personas y ni se mencionaban en documentos internacionales ni en las leyes. Es decir, se les desvalorizaba hasta en las leyes. Cosa sigue presente y más adelante retomaré.

El machismo se expresa de diferentes maneras. Por ejemplo, en expresiones como “los hombres no lloran”, “las mujeres solo sirven para tener hijos, hacer los quehaceres domésticos”, “las mujeres no pueden jugar fútbol”, hasta actitudes que justifican el acoso callejero como “piropos inofensivos” etc.  Al normalizar estas actitudes, perpetuamos la idea de que las mujeres existen para complacer o ser evaluadas desde una perspectiva masculina. Silvia Federici en su libro Calibán y la bruja, detalla cómo esta narrativa se forjó históricamente para subyugar a las mujeres y limitar su autonomía.

Con respecto a la misoginia, opera de manera más directa, castigando cualquier intento de las mujeres por desafiar las normas impuestas violentas. Esto incluye el acoso en línea hacia figuras públicas femeninas o la resistencia hacia las mujeres que ocupan espacios tradicionalmente masculinos. Un ejemplo claro son la comunidad virtual de hombres llamados Incel, celibato involuntario, es decir, “hombres que han manifestado ser incapaces de tener relaciones románticas y/o sexuales como desearían”. Aquí hay que resaltar que ellos son incapaces de relacionarse con las mujeres. A pesar de que es una incapacidad de ellos, han generado resentimiento y odio hacia las mujeres. Promoviendo la violencia hacia las mujeres, la cultura de la violación y la cultura etc.

Carol Gilligan en In a Different Voice nos muestra cómo la construcción cultural del género penaliza lo femenino y perpetúa el desprecio hacia las mujeres y se enfoca en las que alzan la voz.

Lo que he abordado son ejemplos cotidianos que vivimos todos los días las mujeres. Para concluir es necesario recordar que el patriarcado, el machismo y la misoginia son mecanismos que afectan de manera desproporcionada a las mujeres y al resto de la sociedad. Cuando se restringen los roles y conductas aceptables para todos los géneros, estos sistemas también privan a los hombres de explorar plenamente su humanidad, limitando su desarrollo social colectivo.  Quiero que notemos que mientras las mujeres feministas investigamos, analizamos e incluimos cómo afectan estas estructuras a las mujeres y al resto de la sociedad, incluidos hombres, hay comunidades patriarcales y hombres que solo quieren descalificar la lucha feminista en lugar de ejercitar su pensamiento crítico y unirse a una lucha que compete a toda la sociedad.

Si no nos damos cuenta de que, para que la cultura, leyes, costumbres y discursos cambien en la práctica, la sociedad debe de alzar la voz y con su actuar diario se puede alcanzar la eliminación de las violencias estructurales. Porque para cambiarlas también requiere cuestionar profundamente las normas culturales y educativas que las refuerzan.

Por último, la lucha y resistencia feminista sí, ha logrado avances significativos, pero como plantea Bell Hooks en El feminismo es para todo el mundo, se necesita una transformación social que integre a toda la sociedad en la lucha contra todas formas de opresión y violencias. Es momento de visibilizar cómo estos sistemas están incrustados en lo cotidiano y actuar, colectivamente, para desmontarlos, construyendo una sociedad justa y equitativa para todas, todos y todes.

 

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