El Status Quo del Feminismo Blanco

En palabras de Rafia Zakaria, una feminista blanca es quien se rehúsa a considerar el rol que la blanquitud y el privilegio racial aparejado a esta, juegan en la universalización de las preocupaciones, convicciones y agendas de las feministas

por Paloma Cecilia Barraza Cárdenas

Por Paloma Barraza

 Desde el primer momento hasta el último, María Antonieta no ha considerado a la Revolución más que como una inmunda ola de fango en la que hozan los más bajos y vulgares instintos de la Humanidad; no ha comprendido nada de los derechos históricos, de la voluntad constructiva de aquel movimiento, porque estaba resuelta a no comprender ni a afirmar más que su propio derecho real.”

Stefan Zweig 

María Antonieta de Austria (Marie-Antoinette-Josèphe-Jeanne de Lorraine), mejor conocida como la reina de Francia en tiempos de la Revolución francesa, ha sido representada como una mujer extravagante, polémica, frívola, insensible y despilfarradora. Esta representación es comúnmente ilustrada por una historia situada en pleno apogeo de la insurrección, cuando se le informa a la reina sobre la indignación del pueblo ante la falta de recursos para cubrir los menesteres más básicos de la población. En específico, se hace notar la escasez de pan y ella contesta: «pues si no tienen pan, que coman pasteles».

Independientemente de su veracidad o exactitud, pues no hay evidencias para comprobarlo históricamente, el relato se ha popularizado a través de los años en distintos textos, documentales y películas, para colocar a la monarca como uno de los personajes más nefastos de la historia, quien refleja una profunda indiferencia hacia las necesidades sociales en más de una narrativa. Sin entrar en detalles, porque en esta historia hay mucha tela machista de dónde cortar, pongo este ejemplo para tocar un tema abordado de forma contundente en días pasados a lo largo y ancho de las plataformas digitales: los peligros del feminismo blanco.

En palabras de Rafia Zakaria, una feminista blanca es quien se rehúsa a considerar el rol que la blanquitud y el privilegio racial aparejado a esta, juegan en la universalización de las preocupaciones, convicciones y agendas de las feministas blancas como las del feminismo y las feministas en su totalidad. Asimismo, la autora subraya otra cuestión fundamental, no es necesario ser blanca para ser una feminista blanca. Lejos de referir la identidad racial de sus sujetos, la noción describe una serie de suposiciones y comportamientos arraigados en el feminismo dominante ‘occidental’. No obstante, reconoce que, al mismo tiempo, la mayoría de las feministas blancas son blancas y que la blanquitud por sí misma está en el núcleo del feminismo blanco.

No es mi intención profundizar en este tema, pues creo que aún no tengo las herramientas para hacerlo, pero escuchar el debate en redes sociales y adentrarme en las obras de autoras como Rafia Zakaria (Contra el feminismo blanco) y Mikki Kendall (Feminismo de barrio), provocaron en mí las siguientes reflexiones.

En el juego social no sólo tenemos una ficha. Así como hay varios sistemas de dominación, hay múltiples formas de opresión. Adoptar un enfoque interseccional, no implica únicamente aceptar la existencia de esta multiplicidad de categorías, sino también distinguir cómo estas interactúan entre sí y atraviesan las distintas casillas del tablero. Así como podemos tener desventajas en ciertos rubros, podemos también gozar de ventajas en otros, lo cual se traduce en jerarquías y relaciones asimétricas de poder.

Por ejemplo, en este esquema, las mujeres no solamente pueden violentar a otras mujeres y personas en razón de género, sino también por raza, color de piel, religión, nacionalidad, clase, orientación sexual, apariencia física y muchas otras. Además, el mismo sistema lo incita y posibilita. En palabras simples, las víctimas también pueden ser victimarias, las violencias se entrelazan y multiplican, y los sesgos se encuentran cómodamente instalados en cada rincón de los privilegios. En este panorama, ya no basta nombrarnos feministas ni utilizar la interseccionalidad de forma retórica. Es necesario pugnar por un feminismo deliberadamente antirracista, anticolonial, anticapitalista y anti todas las fobias y manifestaciones de opresión.

Al igual que en la Francia del siglo XVIII, encerrarnos en las paredes mentales o factuales de nuestros propios palacios, imposibilita ver más allá de nuestras privilegiadas narices. Y es que, si no estamos dispuestas a escuchar, cuestionar y, sobre todo, a actuar, nos convertimos en aquello que juramos destruir. La bofetada intelecto-social no es ligera, pues no es fácil advertir todas las violencias ejercidas en el pasado, durante el presente y susceptibles a actualizarse en un futuro, en virtud de un posicionamiento determinado en la estructura social.

La incongruencia de nombrarse defensora de unas y ser al mismo tiempo tirana de otras, es un hueso duro de roer. Hablo por mí. No son indirectas, ni escupitajos inconscientes hacia arriba. La polémica desatada me hizo reconocer dónde estoy parada en esta lucha. La incomodidad resultante de la introspección guillotinó sin piedad todas mis fragilidades. Ser una persona blanca o informada a través de un lente blanco conlleva muchos privilegios en un mundo racista. Y que no se nos olvide ni por un segundo que se trata de un fenómeno sistémico.

Me queda claro que aquí no terminan mis privilegios, sin embargo, estoy dispuesta a desaprender y aprender, a callar, a redireccionar, a desromantizar, a romper los pactos y todo cuanto sea necesario para aminorar el problema. Esto no significa desestimar, minimizar o esconder los avances, pero sí plantearnos una serie de interrogantes incómodas, las cuales demandan respuestas honestas sobre los errores cometidos, los daños infligidos, las disculpas inaplazables y las reparaciones necesarias para aquellas mujeres y personas que han sido marginadas, oprimidas y discriminadas por razones raciales, económicas, de orientación sexual o cualquier otra.

Lo anterior, con el objetivo de nutrir la deconstrucción permanente y constante en este mundo tan plagado por desigualdades e injusticias. La tarea no es sencilla y, sin duda, desafía nuestra comodidad. Si nos cuesta deconstruir a conciencia lo que nos oprime, la batalla contra nuestros privilegios opresores va a ser un reto aún mayor. No se trata de anular el camino recorrido, sino más bien de redefinir el rumbo que trazaremos de aquí en adelante. Y esta redefinición no puede realizarse en solitaria o al alto vacío, sino que debe ir acompañada de una apertura generosa para la conversación, la amplificación de voces diversas y la firme adhesión a la interseccionalidad. Volviendo a las alusiones a la Revolución francesa, los sesgos deben morir, para que el feminismo viva.

Foto de Mikki Kendall, Wikimedia Commons

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