#Amassuru #MujeresEnSeguridad
Por Alba G. Ferruz
Durante décadas, la narrativa predominante en torno a la violencia criminal organizada ha relegado a las mujeres al lugar de víctimas colaterales. En los informes de seguridad, ellas aparecen como “afectadas”, “sobrevivientes” o “familiares de”, pero rara vez como sujetas activas en la transformación del conflicto. Esta omisión no es casual: forma parte de una lógica patriarcal que entiende el poder, la seguridad y la resistencia como dominios masculinos. Pero esa narrativa está —y debe seguir siendo— desafiada. Las mujeres han demostrado, en múltiples frentes y con distintas estrategias, que no sólo resisten la violencia estructural, sino que también la enfrentan, la denuncian y la transforman. No son solo víctimas, sino también agentes de cambio, capaces de articular formas de organización comunitaria, liderazgos territoriales y nuevas comprensiones de lo que significa vivir (y sobrevivir) en contextos marcados por el crimen.
Desde una perspectiva teórica, el feminismo crítico y las epistemologías del Sur nos invitan a cuestionar los enfoques tradicionales de la seguridad, dominados por la militarización, la lógica punitiva y el control estatal. Autoras como Rita Laura Segato y Cynthia Enloe han señalado cómo la violencia de los grupos criminales no es solamente una lucha por recursos, sino también una forma de inscribir un orden patriarcal mediante el cuerpo de las mujeres. En este contexto, pensar la seguridad desde una mirada feminista implica poner en el centro la vida, el cuidado y la justicia restaurativa, no como ideas abstractas, sino como prácticas concretas de resistencia cotidiana.
Tomemos el caso de las Rastreadoras del Fuerte, en México. Este colectivo, conformado mayoritariamente por madres de personas desaparecidas, ha asumido la tarea de buscar restos humanos en fosas clandestinas. Según datos del proyecto “A dónde van los desaparecidos”, hasta 2023 habían localizado más de 300 cuerpos sin ayuda estatal (ADVD, 2023). Armadas con picos, palas y fotografías de sus hijos, han convertido el dolor en acción política. Su lucha no es solo una denuncia, sino una reconfiguración del derecho a la verdad desde abajo.
En Colombia, las mujeres han sido actoras fundamentales en la construcción de paz, especialmente en los territorios más golpeados por el conflicto armado. Desde hace más de dos décadas, redes como la Ruta Pacífica de las Mujeres han documentado violencias, acompañado a víctimas y propuesto salidas políticas desde una perspectiva feminista. Este movimiento, conformado por más de 300 organizaciones, jugó un papel clave para que el Acuerdo Final de Paz de 2016 incorporase un enfoque de género, convirtiéndolo en el primero en el mundo en hacerlo de forma explícita. Además, informes de seguimiento del proceso, como los del Instituto Kroc de la Universidad de Notre Dame (Kroc Institute, 2023),
han destacado que las mujeres lideran una parte significativa de las iniciativas de reconciliación, memoria histórica y justicia comunitaria, muchas veces en condiciones de alta vulnerabilidad. Su aporte no solo ha sido técnico o simbólico, sino profundamente político: transformar la noción de paz desde el cuidado, la justicia y la vida digna.
No se trata de romantizar la resistencia femenina. Las mujeres que se enfrentan al crimen organizado viven en carne propia los riesgos de su activismo. Basta recordar el caso de Marisela Escobedo, asesinada en 2010 mientras exigía justicia por el feminicidio de su hija. O el de Isabel Cabanillas, artista y activista asesinada en Ciudad Juárez en 2020, cuya muerte aún no ha sido esclarecida. Estos crímenes no solo buscan silenciar voces, sino enviar un mensaje: que las mujeres deben mantenerse al margen del poder, lejos de la protesta, fuera del liderazgo.
Pero las mujeres insisten.
En El Salvador, mujeres periodistas como las de GatoEncerrado y Revista Factum enfrentan amenazas por investigar la relación entre el Estado y las pandillas. A pesar del acoso digital, la vigilancia y la censura oficial, han documentado casos clave que han alcanzado repercusión internacional. Lo mismo ocurre en Honduras, donde redes de defensoras como la
Red Nacional de Defensoras de Derechos Humanos enfrentan no solo a grupos armados ilegales, sino también a las fuerzas de seguridad del Estado, muchas veces cómplices de violaciones sistemáticas de derechos.
Estas mujeres no están aisladas. Forman parte de un entramado mayor de luchas que rebasa fronteras. Desde 2015, el Movimiento Ni Una Menos, surgido en Argentina y extendido a toda América Latina, ha denunciado no sólo los feminicidios, sino también las estructuras que los posibilitan: el machismo institucional, la impunidad, la criminalización de la pobreza.
Y ha dejado claro que el cuerpo de las mujeres es territorio político, y que ese territorio se defiende. El reto está también en complejizar nuestra mirada. Romper el binarismo mujer-víctima implica también hablar de las mujeres dentro del crimen organizado. Según el informe The Missing Piece of the Puzzle de la Global Initiative Against Transnational Organized Crime
(2024), las mujeres tienen una participación más activa y diversa en las redes del crimen organizado de lo que suele reconocerse. Aunque muchas ocupan roles subordinados, logísticos o simbólicos, otras han alcanzado posiciones de mando. Comprender esta participación —sin caer en el sensacionalismo ni en el juicio moral— es clave para desmontar la narrativa de la mujer “naturalmente buena” o “intrínsecamente víctima”. Las mujeres, como los hombres, también responden a contextos de precariedad, exclusión o aspiración de poder. Entenderlo es esencial para proponer salidas reales y no paternalistas.
A pesar de todo, hay razones para la esperanza. El avance de las teorías feministas en los estudios de seguridad, la creciente participación política de mujeres en espacios locales, y la consolidación de redes transnacionales defensoras nos muestran que la transformación no solo es necesaria, sino posible. Y ya está ocurriendo. No desde los grandes centros de poder,
sino desde los márgenes: desde los cuerpos que no se rinden, desde las voces que no se apagan.
Ser mujer en un territorio marcado por el crimen organizado es habitar la contradicción: es caminar con miedo, pero caminar igual; es llorar a los ausentes y organizar a los presentes; es enfrentar una violencia estructural con la convicción de que otro mundo no solo es necesario, sino urgente.
No somos cuerpos a disposición del poder, ni víctimas para la estadística. Somos territorio en disputa, potencia organizada, memoria viva. Somos, también, el futuro.
Fuentes y referencias mencionadas:
● A dónde van los desaparecidos (2023). “El trabajo de las Rastreadoras del Fuerte”.
Recuperado de https://adondevanlosdesaparecidos.org
● Kroc Institute for International Peace Studies. (2023). Time is Running Out to
Implement the Gender Approach in Colombia’s Peace Accord. University of Notre
Dame. Recuperado de
https://kroc.nd.edu/news-events/news/kroc-institute-releases-special-report-on-imple
mentation-status-of-gender-approach-within-colombian-peace-agreement/
● Global Initiative Against Transnational Organized Crime (2024). The missing piece of
the puzzle: Women and Organised Crime. Recuperado de
https://globalinitiative.net/wp-content/uploads/2024/10/Ana-Paula-Oliveira-Summer-
Walker-The-missing-piece-of-the-puzzle-Women-and-organized-crime-GI-TOC-Octo
ber-2024.pdf
● Enloe, C. (2014). Bananas, beaches and bases: Making feminist sense of international
politics (2.a ed.). University of California Press.
● Segato, Rita L. (2016). La guerra contra las mujeres. Madrid: Traficantes de Sueños.
Recuperado de https://traficantes.net/sites/default/files/pdfs/map45_segato_web.pdf
● Ruta pacífica de las mujeres (2025). Recuperado de https://rutapacifica.org.co/wp/
La opinión de las autoras no compromete la posición institucional de Amassuru
Foto Imagen Generada con IA por LCR
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AMASSURU MUJERES EN SEGURIDAD
Somos una red de mujeres que trabajan temas de Seguridad y Defensa en América Latina y el Caribe (ALC), creada para promover el trabajo de las mujeres en el área, además de facilitar la visibilidad y los espacios de discusión en la región. Juntas, somos mucho más poderosas, por eso creemos que es central crear una red entre nosotras, en un área como la de seguridad, en la cual hemos sido segregadas históricamente. Somos una red independiente y apartidaria de mujeres que trabajamos en diversas áreas, incluyendo la investigación, la docencia, el trabajo directo en políticas públicas y prevención, el periodismo, las ONGs, los gobiernos nacionales y locales, así como en organizaciones internacionales y la academia, entre otras áreas. La red de Amassuru está enfocada en la seguridad en el sentido amplio, englobando temáticas de seguridad ciudadana, seguridad humana, seguridad internacional y justicia.