Por Wendy Figueroa Morales
Siempre me será indispensable, y estoy segura que a muchas de las personas que me leen también, el seguir hablando de las tragedias en donde se pierde la vida de personas como la que ocurrió recientemente en el Parque Bicentenario, donde murieron dos fotógrafos, Berenice y Miguel. Las violaciones a los derechos humanos no son temas coyunturales, es la realidad de México y el mundo.
Es esencial recordar esto, porque nos muestra una trágica verdad: la indiferencia de un sistema que prioriza la acumulación de capital sobre la vida y la dignidad de las personas. Este caso, que debería servir como un ajuste de cuentas y un ímpetu para el cambio, se convierte en otro testimonio de cómo las jerarquías de poder ignoran la existencia misma de las personas a las que explotan, especialmente aquellas en el periodismo y la cultura.
La perspectiva feminista tiene mucho que ofrecer para comprender la muerte de Berenice y Miguel no sólo como una tragedia personal sino como un síntoma de un problema sistémico más amplio. La falta de dignificación laboral, la precarización y la violencia estructural son realidades que enfrentan muchas trabajadoras y trabajadores en México y América Latina.
El Festival Axe Ceremonia destaca un ciclo continuo de impunidad. La empresa de seguridad del Parque Bicentenario está conectada con la gestión de una Estación Migratoria en Chihuahua, donde se reportaron muertes. Aunado a ello, en 2023 el fotógrafo Alberto Clavijo también falleció en el Parque Bicentenario, en un evento donde se presentó RBD al pisar un falso plafón que no estaba bien señalizado, hechos que subrayan la necesidad de un enfoque que priorice la responsabilidad y la rendición de cuentas. Si las autoridades hubieran tratado estas tragedias como tal, tal vez la historia de Berenice y Miguel hubiera sido diferente.
La triste verdad es que estas tragedias son evitables si el estado y sus instituciones cumplen sus obligaciones de manera efectiva.
En este sentido, el hecho de que las investigaciones sobre las empresas responsables de lo sucedido en el Festival Axe Ceremonia estén en marcha no es suficiente. La dispersión de responsabilidades entre diversos actores, desde la empresa encargada del Plan de Protección Civil hasta las que subcontrataron las grúas pone de manifiesto un ciclo de impunidad que se perpetúa.
Las declaraciones recientes del alcalde de Miguel Hidalgo, quien afirma no temer a las investigaciones porque «confía en que hicieron las cosas bien», reflejan la desafortunada desconexión de la realidad y la falta de empatía de quienes deben responder las víctimas y sus familias. Esta actitud despectiva menosprecia el dolor de quienes han perdido a sus seres queridos y perpetúa una cultura gubernamental en la que las vidas humanas son vistas como números.
La promesa de la fiscal capitalina de informar a las familias sobre las imputaciones es un paso, pero ¿es suficiente para restaurar la fe en un sistema que no protegió a sus ciudadanas y ciudadanos? Esta tragedia sigue latente y la ausencia de un enfoque centrado en los derechos humanos al gestionarla es un recordatorio de que la lucha por la justicia no puede ser una reacción ante un sólo evento, sino parte de la agenda diaria de nuestras sociedades y de todos los gobiernos.
Los derechos humanos y la justicia social no sólo deben ser temas coyunturales, sino prioridades diarias. Es fundamental que tengamos políticas que no sólo busquen castigar a los responsables, sino que también garanticen la no repetición, así como la exigencia de un cambio estructural en cómo el estado, las autoridades y la sociedad valora las vidas de las personas, las cuales muchas en nuestro país realizan trabajos precarios sin protecciones.
Además, reabrir el parque, donde ocurrió la tragedia, solo nueve días después del incidente, antes de que se hiciera justicia por las vidas de las víctimas y las familias, es un aparente desprecio por sus vidas y dignidad.
Puedo parecer radical, y no lo parezco, lo soy, me parece lastimosa la rápida reactivación del espacio, sin abordar adecuadamente las causas de la tragedia ni ofrecer un proceso de duelo y reparación a las familias, lo que evidencia esa deshumanización que perpetúa la violencia sistémica. Esta reapertura es un reflejo de la cultura de la impunidad que existe en muchas sociedades donde las vidas de las personas son secundarias a la economía o la imagen pública.
La tragedia en el Parque Bicentenario me lleva a levantar mi voz junto a muchas otras en una demanda de justicia convencida de que la lucha feminista debe continuar para derrocar las estructuras de poder que perpetúan la desigualdad y la violencia.
Solo entonces podremos construir una sociedad más justa e igualitaria, donde todas las vidas importen. Cada una de estas víctimas deja un legado, uno que nos guíe, en su memoria, hacia un futuro en el que la dignidad humana sea la norma y no la excepción.
Foto Karen Juárez