Por Arely Huerta Maqueda
Las instituciones creadas para proteger y atender a las mujeres víctimas de violencia tienen la responsabilidad de ofrecer apoyo emocional, psicológico y legal. Sin embargo, en muchos casos, estas instituciones imponen una condición difícil: la obligación de presentar una denuncia formal para continuar con el seguimiento de sus casos. Esta práctica, aunque bien intencionada, puede tener efectos contraproducentes tanto para las mujeres como para la efectividad de los servicios que ofrecen estas organizaciones.
Para muchas mujeres víctimas de violencia, el proceso de denuncia es abrumador. Presentar una denuncia implica revivir el trauma, enfrentarse a un sistema judicial que a menudo es lento, revictimizante y lleno de incertidumbre. También conlleva un temor constante a represalias por parte del agresor o de su entorno. En muchos casos, las víctimas no cuentan con las herramientas emocionales necesarias para afrontar este paso, especialmente cuando apenas están comenzando a lidiar con las secuelas psicológicas de la violencia sufrida.
La violencia de género deja cicatrices profundas en la psique de las mujeres. Muchas de ellas lidian con altos niveles de ansiedad, depresión, baja autoestima y trastorno de estrés postraumático. En este contexto, la exigencia de presentar una denuncia formal puede ser una carga emocional más que no están en condiciones de asumir.
La denuncia requiere no solo valentía, sino también una estabilidad emocional que muchas veces no se ha alcanzado en las primeras etapas de recuperación. Cuando las instituciones obligan a las víctimas a dar este paso sin tener en cuenta su estado emocional, las mujeres pueden sentirse presionadas, incomprendidas y abandonadas por el sistema que supuestamente debería protegerlas.
La consecuencia inmediata: abandono de los servicios de apoyo
Una de las principales consecuencias de obligar a las mujeres a denunciar es el abandono de los servicios de apoyo que ofrecen las instituciones. Muchas de ellas, ante la exigencia de denunciar, optan por alejarse del sistema de atención. Esto no solo pone fin a la posibilidad de recibir justicia legal, también interrumpe el proceso de recuperación psicológica.
La terapia psicológica es crucial para la sanación de las víctimas de violencia. Sin embargo, cuando se ven obligadas a denunciar y no están preparadas emocionalmente para hacerlo, muchas mujeres deciden abandonar las terapias. El impacto de esta decisión es devastador: interrumpir la atención psicológica agrava el trauma y dificulta la recuperación.
Además, el abandono de las terapias también refuerza la idea de que las instituciones no son espacios seguros o confiables para buscar ayuda. Las mujeres comienzan a creer que si no están dispuestas a denunciar, no tienen derecho a acceder a los servicios de apoyo, perpetuando una sensación de aislamiento y desprotección.
La experiencia colectiva: instituciones que no sirven
Esta práctica institucional genera un sentimiento colectivo de frustración y desamparo en las comunidades de mujeres víctimas de violencia. Las historias de mujeres que abandonan los servicios por no querer o no poder denunciar se multiplican, creando una percepción generalizada de que las instituciones no están verdaderamente a su disposición.
Este sentimiento colectivo de desconfianza no solo impacta a las mujeres que ya han iniciado su proceso de atención, sino que también disuade a otras que podrían estar buscando ayuda. Al conocer estas experiencias, muchas mujeres deciden no acudir a las instituciones por miedo a ser presionadas a denunciar, perpetuando así el ciclo de silencio y violencia
Al obligar a las mujeres a denunciar, se crea un ambiente en el que muchas víctimas se sienten atrapadas entre dos opciones igualmente dolorosas: denunciar y enfrentarse a un proceso que no están listas para vivir, o renunciar a la ayuda que necesitan para sanar. Esta dicotomía genera un profundo sentimiento de desolación y de que no hay salida.
Muchas mujeres expresan sentir que están en una situación sin apoyo real, lo que puede empeorar su salud mental y emocional. La percepción de que no tienen más alternativas aumenta su desesperanza y las deja aún más vulnerables ante futuras agresiones o recaídas emocionales.
Un llamado a la flexibilidad y empatía
Para romper con este ciclo de abandono y desconfianza, las instituciones de atención a mujeres víctimas de violencia deben reevaluar la obligatoriedad de la denuncia como un requisito para acceder a sus servicios. Es fundamental que estas organizaciones adopten un enfoque más flexible y empático, centrado en las necesidades emocionales y psicológicas de las víctimas.
En lugar de imponer la denuncia como requisito, las instituciones podrían ofrecer asesoría legal y acompañamiento durante el proceso, sin presionar a las víctimas a tomar decisiones para las que no están listas. De esta manera, se les permitiría avanzar a su propio ritmo, respetando su estado emocional y brindándoles el tiempo y espacio necesarios para tomar decisiones informadas sobre su situación.
El bienestar emocional debe ser el pilar central de cualquier programa de atención a víctimas de violencia. Las instituciones deben asegurar que sus servicios sean accesibles sin condiciones que puedan agravar el trauma. Esto incluye permitir que las mujeres continúen con sus terapias psicológicas y de apoyo, independientemente de si han decidido denunciar o no.
Obligar a las mujeres a denunciar para continuar recibiendo atención institucional es una práctica que, en lugar de protegerlas, las aleja del sistema de apoyo y perpetúa su sufrimiento. Las instituciones deben reconocer que cada mujer tiene un proceso único de sanación y que no todas están emocionalmente preparadas para enfrentar la denuncia en las primeras etapas de recuperación. Al imponer este requisito, no solo se interrumpe el acceso a la justicia, sino que también se socava la confianza en las instituciones, afectando negativamente tanto a las víctimas individuales como a la percepción colectiva de la capacidad de estas organizaciones para brindar un apoyo real y significativo.