Esther Mora Soto. Érase una niña que jugó futbol

Presentan el libro de su historia, con la autoría de Enrique Ballesteros

por La Costilla Rota

Por Guadalupe López García

El maestro Justino, de cuarto grado, cansado de su rebeldía, le dijo a la niña Esther que su juego tenía que ser con las niñas y no con los niños. Ante la insistencia de su alumna, la puso a hacer sentadillas, frente al grupo. Luego del reclamo de la madre por ese castigo, el hombre le dijo que era una forma de hacerle entender lo que era correcto. Esos problemas, recuerda, la acompañarían siempre.

A los 11 años, esa niña ya era noticia en los periódicos. Jugaba en una liga con puros “muchachos” en el equipo Volga. Lo hacía bien y metía goles. Llegó a otro nivel y seguía enfrentando rechazo por ser niña. “¡Rómpanle las piernas, es niña!”, gritó un padre de familia en un torneo. ¿Por qué siendo niña no juegas mejor con muñecas? Le preguntó una vez el cronista deportivo Ángel Fernández.

Era todavía una niña cuando se llevó a cabo el mundial femenil en Italia de 1970, no autorizado por la FIFA. Por ese entonces, Esther ingresó a una liga femenil, las cuales se estaban abriendo, con el equipo Ron Potosí. Tampoco pudo jugar en el siguiente de 1971, en México, pese a que ya llevaba 150 goles en su haber.

Eso no impidió que la carrera de Mora siguiera adelante. Con giras en Sudamérica, y luego formar el Club de Futbol Femenil Mundialistas, AC, con el cual dio muchas batallas, al igual que sus compañeras, dentro y fuera de la cancha. Sí, eran terroríficas. Entre esos partidos ganados (fuera y dentro de la cancha) hizo una gira en Italia. Ahí le propusieron jugar en aquel país, lo que la convirtió en la primera futbolista profesional mexicana que jugó en Europa. De ser apodada Speedy González, se convirtió en la inspiración de un helado de chocolate: el Copa Esther.

“En honor a la verdad, muy pocas deportistas mexicanos [así, en masculino] actúan en el extranjero como estas dos damitas pequeñas de físico, pero grandes de corazón”, reseñó la prensa de la época (1979), cuando hablaba de Esther y de su hermana Lupita, quien también jugó en Italia.

De regreso a México, Esther volvió con las Mundialistas. Luego, otra vez a Italia, pero con las secuelas de una fractura. Afortunadamente, tuvo la rehabilitación adecuada para alcanzar su máximo rendimiento. La mala salud de su madre la hizo regresar a México, sin acabar el torneo. Ahí terminó su carrera profesional, pero siempre con las puertas abiertas con Mundialistas y luego con el Amistad, equipo que se convirtió en Alaska en el futbol rápido. ¿Y qué creen? También Esther fue pionera en esa rama para las mujeres.

“¡Todas pueden estar en la preselección, con tal que le den bien al balón!”, fue una nota de El Heraldo de México, que promocionó la primera Copa de la Liga de Futbol Femenil para formar una escuadra rumbo a un mundial femenino. Se quedó en un intento más de los que vivió Esther. Pero a los 32 años, edad que parecería ya casi el fin de su carrera (mientras que para otras mujeres en otras profesiones representa el inicio), participó en la Copa de Oro Femenina de la Concacaf. “Fuimos a la guerra sin fusil”, relata Esther, en una frase que resume la participación de México.

De regreso al futbol rápido, de nueva cuenta hubo otro intento por armar una selección femenil. Esos partidos fuera de la cancha era los más cruentos, los más decepcionantes que se juegan contra los directivos del futbol mexicano; todos hombres, de pura casualidad.

El siguiente paso de su trayectoria fue como instructora deportiva, pero, como lo dijo al recordar su niñez, ciertos problemas la acompañarían siempre: “Sí tiene currículum, pero es mujer”. Así fue señalada. Pese a ello, para otras, Esther fue una inspiración. Maribel Domínguez, la futbolista más famosa a principios de este siglo, declaró alguna vez a la prensa: el apoyo de Esther “hace que me dé más hambre y más ganas de triunfo”.

Así continúo Esther su carrera, esquivando patadas, con el balón siempre cerca de ella, dando pases sin mirar a sus compañeras, rasgando la red una y otra vez, alzando la voz, negociando, levantándose una y otra vez. Ahora ella nos comparte un poco de su historia en esta obra que se cierra con su entrada al Salón de la Fama del Futbol Internacional este 2024.

“Quizá haya personas que se interesen en conocer mi vida y otras no, pero me basta simplemente el haberlo podido contar”, se escusa al principio del libro. ¿Acaso vale la pena conocer la vida de otras personas que no conozcamos? ¿De otras mujeres? ¿Cómo para qué?

Aquí viene mi reflexión desde el feminismo, el cual se había ocupado poco del futbol de mujeres. Ya hay una barra feminista, especialistas deportivas desde una perspectiva feminista y miles de jugadoras en todo el mundo. De acuerdo con la FIFA, son más de 16 millones de mujeres y niñas que juegan este deporte. Es un mundo del cual hay mucho por hablar.

Hace unos días expuse en una actividad denominada Taller de escritura: “Acción política feminista”, que todo tipo de escrito tiene una intensión política. Lo político se debe entender como un aspecto amplio, de reflexión colectiva y de acción. Y cómo decimos desde el feminismo, no solo lo público es político. Lo personal, lo íntimo también lo es. Nada más que no hay que confundir “lo político” con “lo partidista”.

Pero en el caso de las mujeres, la escritura es una herramienta poderosa, fundamental, porque permite visibilizarnos, que reflexionemos desde nuestra propia voz, nuestra experiencia, nuestra existencia en un cuerpo sexuado. Es un registro de la historia de las mujeres desde nuestra propia mirada para acabar con los mitos y prejuicios acerca de nosotras, para entender los mecanismos de poder y control, unos visibles, otros ocultos y apenas perceptibles que nos han impuesto desde la religión, las tradiciones, la cultura y la misma filosofía.

En muchos aspectos, la voz y la palabra de las mujeres es apenas un susurro, en otros, retumba fuerte. Desde sus saberes y su experiencia han derribado prejuicios y construido conocimiento. No importa si son recetas de cocina o filosofía pura. Así, contar la historia de una mujer en un ámbito específico, como lo es el de Esther en el futbol, más que un ejemplo de superación es una expresión histórica, cultural, de reivindicación.

Las mujeres tenemos que escribir nuestra historia. La escritura puede ser una profesión sofisticada, pero cuando nos apropiamos de las palabras, van surgiendo a borbotones. Solo hay que darles forma, como cuando se cincela una escultura o se entrena a una niña.

La escritura puede ser una herramienta para transformar nuestra vida y la de muchas otras mujeres. Conocer la historia de [algunas] mujeres puede cambiar la vida de otras mujeres, pero escribir nuestra historia, como una tarea feminista, puede cambiar la historia de las mujeres.

Lo que nos ofrece Esther, con la pluma del periodista Enrique Ballesteros Durán, es recuperar parte de la historia de las futbolistas, desde su propia voz, para entender el presente. Junto con sus compañeras, Esther es parte de esa genealogía de las mujeres en el futbol mexicano.

Sus letras reflejan la discriminación, violencia y desigualdad que vivimos día a día las mujeres en los distintos ámbitos en los que nos desenvolvemos; en este caso, en el futbol. Pero también nos habla de esa resistencia y rebeldía siempre presente, no solo en lo individual sino en lo colectivo de todas las mujeres.

Ojalá y que muchas otras futbolistas puedan contar su historia, que tengan oportunidad de hacerlo, pues son la raíz que ha dado frutos para la autonomía y libertad de las mujeres.

En un homenaje que hicimos a la escritora Marcela Guijosa, autora del Querido Diario, en la revista fem, comenté que el tiempo de creación es un bien preciado que nos ha arrebatado el patriarcado. Por eso siempre recomiendo que escribamos nuestra historia para sí, para las que vienen. Son los espejos que necesitan otras mujeres para verse reflejadas ahí, para darse cuenta de que no son las únicas trasgresoras, rebeldes, necias, aunque nos hagan hacer sentadillas para que nos enseñen, según la mirada de los hombres, lo que es correcto para nosotras. Lo único correcto para nosotras es la autonomía y la libertad. Muchas gracias.

*Texto leído en la presentación del libro Esther Mora Soto. Érase una niña que jugó futbol, con la asistencia de la protagonista, el autor y las futbolistas Martha Coronado Díaz y Cecilia Gallegos Curiel.

 

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