Por Núria González López
Un montón de gente va cada año por estas fechas a darle la bienvenida al verano a los “Stonehenge”, la más grande maravilla en pie del arte/arquitectura prehistórica. Este encuentro en ese enigmático y poderoso lugar se produce desde hace cientos, seguramente miles de años. Acudían y acuden allí, personas fascinadas por la concepción holística del universo como un todo, que en realidad seguramente es una de las primeras expresiones proto científicas del universo hecha por la mano de los seres humanos.
La cosa es que, entre los millones de astrónomas, druidas, hippies, científicos, sumas sacerdotisas y algún que otro freaky, este año el monumento ha contado con la estridente visita de dos activistas de la conocida organización “Just Stop Oil”, esa que forman un ejército de pre y post adolescentes acomodados, cuya principal acción es echar todo tipo de sustancias por encima de grandes obras de arte para exigir a los gobiernos que dejen de utilizar combustibles fósiles.
Sin duda, un fin muy loable. Sin embargo, a mí me parece raro que el objetivo de pinturas, salsa de tomate o pegamento sean obras de arte y no, un poner, las grandes petroleras que son las principales beneficiarias de la producción y consumo los combustibles con los que esta chavalada pretende terminar.
No sé, en mi mente pre millennial noventera y casi tan antigua ya como los mismísimos Stonehenge, aún está el recuerdo del “Rainbow Warrior” de Greenpeace, y los y las activistas ecologistas jugándose literalmente el tipo a bordo de aquel pequeño barco, cuando se pegaban en altamar a los grandes barcos balleneros y petroleros, cuyos patrones no dudaban ni medio segundo en atacarlos, como si en vez de activistas ecologistas fueran piratas somalíes a punto de abordarles.
Ahora, tristemente, además de que ya el nombre del barco tendría que ser mutilado y quitarle lo de “warrior” porque sería calificado de transfobia o cualquier otra estupidez, el activismo ecologista ha pasado de las redes de pesca a las redes sociales, y claro, para eso es mucho mejor un bote de pintura, ecológica supongo, que un barco en medio del océano.
Además de que hay que reconocer que va mucho más con el carácter de los revolucionarios verdes del S.XXI lo de la foto en Instagram que lo molestar a un petrolero, pero la cuestión es ¿por qué no molestan, aunque sea un poquito, a las petroleras?
Estos chicos y chicas tan instagrameables han ido ahora a tirarle pintura naranja a los Stonehenge y hace unos meses, también en Reino Unido, se fueron a la National Gallery a lanzar salsa de tomate a “Los Girasoles” de Van Gohg. Que digo yo que, ya que estaban tan cerca, porqué no se fueron a la sede de British Petroleum, BP, que está justamente en Londres, tirarles tomatazos a los directivos de la petrolera, en lugar de al museo a “violentar” un cuadro.
O cuando a dos de las integrantes les dio por colarse en el Museo del Prado a pegarse con pegamento a los marcos de los cuadros, en lugar de eso se podrían haber ido a poner pegamento o silicona de la gorda a la sede de Repsol, otra gran petrolera cuya sede corporativa está también en Madrid, como El Prado.
A lo mejor es que yo soy muy bruta, o es que el activismo feminista es menos sutil que el ecologista, o a lo mejor es que hay quien se preocupa de que estos activistas tan visuales no se acerquen ni un poquito a quien se supone que deberían visibilizar, que es a los grandes magnates de la industria petrolera.
Lo cual me lleva a la conclusión de que no creo que esté en la agenda de esta organización una excursión a los Emiratos Árabes a tirarle una olla de fabada a los señores de los petrodólares. Deben pensar que es mucho mejor pegarse con celo en las taquillas de la Alhambra ahora que va mucha gente. Dónde va a parar…
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