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Por Sabrina Calandrón
El animador pide palmas mientras una mujer con un tocado de plumas, botas cargadas de canutillos y un traje de baño con lentejuelas se mueve al ritmo de la música. Se escucha una versión autóctona de Na boquinha da garrafa, aquel éxito del pagode que no falta en ninguna fiesta desde hace casi treinta años. Un clásico. En su movimiento rítmico la bailarina no está sola. La acompaña un hombre vestido con uniforme militar. El típico uniforme verde camuflado que, esta vez, no le sirve para ocultarse en el paisaje sino para resaltar en medio de la pista de baile que se improvisó. El clima es de alegría, desenfreno y exhuberancia.
Esto es lo que se ve en un video, a estas alturas viral, que se tomó en el casino de oficiales de la IV Brigada Aérea de Mendoza ubicado dentro del Departamento de Las Heras, Argentina. Ante las preguntas, que vinieron de adentro de la Fuerza Aérea Argentina y de afuera, la respuesta fue que festejaban el día del padre. Buena parte del público, que se muestra muy animado, son militares, están uniformados y, en efecto, el escenario del festejo es el cuartel. A los pocos días de este sensual baile se contabilizan al menos cuatro militares sancionados y tres pasados a retiro.
No se trata de un hecho aislado y esta es la principal razón que nos demanda atención y análisis. No es un suceso impensado sino todo lo contrario. Es un evento que se integra en una cadena de hechos similares y permite que hablemos de un habito militar, una especie de costumbre, una forma posible de expresarse. Las fiestas en los cuarteles han dado qué hablar por su desenfreno con el alcohol, la exigencia corporal y el despliegue sexual. La algarabía se mezcla con la violencia, el abuso, las lesiones y hasta la muerte en esta especie de ritual militar que se caracteriza por la ausencia de cualquier límite.
En julio del año 2022, el Ministro de Defensa de la República Argentina, Jorge Taiana, prohibió la realización de festejos, llamados por los propios militares “ritos y ceremonias de iniciación”. La Resolución 973 de ese año impide el ingreso, provisión y consumo de bebidas alcohólicas dentro de unidades y establecimientos militares con motivo del comienzo o la finalización de actividades de formación o entrenamiento, la adquisición de aptitudes o especialidades, que sean de carácter informal o ajenos al ceremonial reglamentario de aplicación en las Fuerzas Armadas. Esta medida llegó luego de dos episodios similares, penosos y preocupantes.
El sábado 19 de junio de 2022 el Grupo de Artillería de Monte N° 3 de Paso de los Libres estaba de fiesta. La razón fue un “bautismo” que incluyó el consumo de bebidas alcóholicas en exceso y una serie de prácticas físicas orientadas a humillar, exponer y maltratar a los militares recién recibidos que habían conseguido su primer destino. Al día siguiente, uno de los bautizados, el subteniente Matías Chirino, se murió en una cama del cuarto que ocupaba en las instalaciones de la fuerza. No pudo recuperarse de la noche de celebraciones que les habían preparado, en las que la violencia, el abuso y la inconsciencia fueron las protagonistas. Apenas 20 días más tarde, el 10 de julio de ese mismo año, el jolgorio colonizó al Regimiento de Infantería de Monte N° 30 de Misiones. En la pequeña ciudad de Apóstoles, conocida como la ciudad de la yerba mate, el cabo Michael Verón se cayó dentro de una pileta y sufrió un desplazamiento de vertebras que lo dejó al borde de la muerte. El resto del festejo es casi calcado: un bautismo, humillaciones, bebidas alcóholicas en cantidades industriales, bailes, inconciencia y silencio.
¿De qué se trata esta necesidad de montar celebraciones descontroladas? ¿Por qué la alegría se mezcla tan rápidamente con la burla, la deshonra y el desprecio? ¿Dónde reside el valor de exponer el cuerpo a experiencias límite en el marco de una reunión social? Estos festejos residen en el quiebre de la disciplina y de los valores morales que con tanta insistencia trabajan los militares en los espacios de formación y capacitación, en las celebraciones formales y en toda la simbología oficial. El amor por la patria y la rectitud ceden el espacio, en los festejos militares, a la picarezca, el descaro y la desvergüenza. Y todo esto se coloca en un continuum donde el siguiente paso es el bochorno, y el siguiente es la violencia, el maltrato y la impunidad.
Mientras el militar mueve sus caderas y trata de bajar hacia el piso, paso obligado en la coreografía de Na boquinha da garrafa, los concurrentes filman. El bailarín no le teme a las cámaras. Esa es la máxima expresión de la impunidad. En algún punto no importa quien los vea usar los espacios y fondos institucionales para montar este show, en algún punto tal vez si los vemos sabremos que se sienten con el camino despejado para hacerlo.
Estos rituales militares exudan la atracción hacia la transgresión de paradigmas. Seducidos por lo escandaloso y por la irreverencia que no tiene lugar en la formalidad cotidiana de su profesión. Los festejos devienen en pequeñas liberaciones temporales atravesadas por las ansias de dominación y violencia.
Foto Captura de Pantalla del video difundido.
La opinión de la autora no compromete la posición institucional de Amassuru
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