Por. Claudia Espinosa Almaguer
Hace poco vi anunciado un evento académico dedicado a hablar sobre el dolor. Profesionales de la salud, de filosofía, de psicología, anestesiólogos, ningún enfermo. Y como cuando el tema toca de cerca, he postergado escribir sobre ello hasta ahora, en el fondo debido a que las mujeres solemos caer en la misma trampa de género, un pensamiento destinado siempre a silenciar el cuerpo cuando lo está pasando mal hasta que el mal trago es el pan de cada día y hace de ti una cínica.
Si busca en el diccionario la palabra dolor, sabrá que significa una sensación molesta y aflictiva de una parte del cuerpo por causa interior o exterior. La Clínica Mayo tiene en su análisis de síntomas un tipo de dolor casi por cada parte del cuerpo y en las consultas intentamos describir al médico además cómo se siente, de allí el dolor punzante, el dolor sordo, el ardor, el hormigueo y una clasificación del uno al diez que es mera subjetividad en tanto el umbral de cada persona, tiene la impronta de la génetica, el sexo, la edad y la vida que hemos llevado.
El caso es que me sorprende la manera en que se habla de esto como cosa ajena, sencillamente me asombra, en mi caso como una mujer que convive con el dolor a diario esto se vuelve un sendero personalísimo. No recuerdo cómo era yo antes de su presencia, si bien considero haberme adaptado a ello el costo de este replanteamiento de vida se significó en dejar de lado el ritmo con el cual había conseguido sostenerme en los últimos años al hilo de mi labor como abogada, madre y feminista, es decir como muchas otras mujeres que carecen del tiempo necesario para cuidar de sí mismas ya por no poder o por no querer, o peor aún por carecer de unas condiciones mínimas y de redes para ser cuidadas.
Especialmente en el caso de las mujeres, nuestra capacidad de concebir y de parir se entiende desde la medicina como un poder de tolerancia al dolor que debe ser explotado al máximo, es decir, si aguantamos eso ¿Por qué no todo? y ello incide en las decisiones que el personal de salud toma diariamente sobre nosotras por eso la mayoría de las quejas de violencia obstétrica están vinculadas a dicho estereotipo y hay una escasísima empatía en el momento más vulnerable del existir femenino.
Además, se asume que el dolor como un llamado del cuerpo para atender un problema se resolverá en el momento en que nos hagamos cargo, cuando recien se conmemoró el día mundial contra el cáncer recordamos que también el remedio, los tratamientos contra las enfermedades son un añadido al padecimiento original y que el sexo es determinante en la prevalencia, evolución y características de retos a la salud que conllevan un especial sufrimiento como la endometriosis, los fibromas, las infecciones urinarias, el cáncer de ovario, de mama y de cuello uterino, la cistitis, la osteoporosis, la migraña, la depresión, la fibromialgia y las enfermedades autoinmunes, por ejemplo, 9 de cada 10 pacientes de lupus son mujeres y esa proclividad está presente a veces hasta el doble en la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple, la esclerodermia o el síndrome de Sjögren, por mencionar algunas.
Entonces esto adquiere varias dimensiones, está aquel de carácter puntual que cesa al cabo de un tiempo, otro necesario en donde con suerte mejorará una enfermedad concreta y el dolor de tipo crónico, inutil pero constante, que habita en nuestro cuerpo como un invitado no deseado al cual no se le puede echar porque ha llegado para quedarse.
En estos años posteriores a la pandemia las secuelas del COVID-19 han vuelto más comunes las discusiones y análisis interdisciplinarios que abordan el dolor, unos incluso de mucho mérito como los organizados por el Colegio Nacional donde además de hablar del contexto físico abordan las consecuencias emocionales de atravesarlo o padecerlo permanentemente. Son interesantes especialmente las alternativas de una buena calidad de vida mediante cambios al alcance de los pacientes en lugar del abuso de medicamentos fuertes como en ocasiones parece ser la tendencia en algunos consultorios. Pero allí tampoco hay ningún hombre o mujer enferma.
Es entendible, el dolor como quien discute cualquier concepto es más maleable a sana distancia, se pueden decir grandes palabras y hasta sostener una nueva invención al respecto sin que te interrumpa la desesperación de quien lo está sintiendo pero no sin tomar su vivencia en cuenta, especialmente en el caso de las mujeres, la adaptación que está teniendo el ámbito médico de preguntarte el “género sentido”, es decir, de borrar el sexo a sabiendas ellos sí, de que es una categoría biológica indispensable para la investigación científica da pocas esperanzas de obtener respuestas para mejorar nuestra calidad de vida.
Claudia Espinosa Almaguer
Foto de Kunlathida Petchuen desde Getty Images