Marcados para morir ¿En defensa de Peso Pluma?

Recientemente me topé con un encabezado en cierto periódico de talla mundial en que se leía:  “en defensa de Peso Pluma: escuchemos a las juventudes que le cantan al narco”. Conforme leía, pensé: “¿quién carajo escribió esto?”

por Alejandra Millán Feria

Por D. Alejandra Millán Feria

Recientemente me topé con un encabezado en cierto periódico de talla mundial en que se leía:  “en defensa de Peso Pluma: escuchemos a las juventudes que le cantan al narco”. Conforme leía, pensé: “¿quién carajo escribió esto?” Luego vi quién, y perdí la sorpresa. Leí con atención e intentando dejar de lado mi sesgo de antipatía porque, lo primero que hizo el texto, fue removerme cosas dentro, así que quise leer.

Escribo como mexicana, como “daño colateral” y sobreviviente de la guerra contra el narco, pero también como entusiasta de la vida y como una convencida de que los niños, aún en este país y en esta guerra, no merecen nacer marcados para morir. Hablaré también de la importancia de que los productos artísticos que se gestan en los barrios y en la pobreza problematicen y denuncien la vida en la cloaca, en el hacinamiento, en la violencia; y de cómo el culto a la violencia del narco no es necesario ni le hace falta a este país para seguir acumulando muertos y desaparecidos.

Peso Pluma, como se conoce internacionalmente al cantante de corridos tumbados, no es, ni de cerca, la voz de un joven que ha tenido que sobrevivir a la violencia cruda del narco en los estados que son territorio de nadie o, mejor dicho, territorio del narco. Es un vato blanco de vida acomodada que, sin pena ni gloria, llegó a posicionarse en los escenarios justo por eso: hombre blanco no precarizado.

Las letras de la estrella venida a más, de un momento a otro, no son un reflejo del contexto en que creció: es una glamorización de la narcoviolencia, y no reta al status quo ni se planta contra el gobierno, porque en este país el narco está en el gobierno. Y no, no es un hijo de la guerra contra el narco. Los niños nacidos en la guerra contra el narco están en fosas clandestinas, desaparecidos o en las filas del crimen organizado aspirando a aquella vida de glamour, excesos y muerte sobre la que canta el vato. ¿En serio?, ¿retar al establishment? Si hasta el nombre de Joaquín Guzmán ocupa un lugar en una revista de talla internacional.

Ahora, todos los productos culturales están influenciados por su época y gestados en sus contextos, sí. Las guerras y las problemáticas sociales generan productos artísticos, sí, pero el culto al narco lo que hace es colocar en la cúspide de la pirámide aspiracional a sicarios, asesinos a sueldo, hombres que matan a sangre fría, que torturan, violan y destrozan vidas antes de arrebatarlas. Así que no estamos hablando de cualquier producto artístico, estamos hablando de un producto que disfraza de lujos, excesos y glamour las muertes de los, yo no les llamaría “hijos del narco”, sino hijos de la precariedad.

Por otra parte, ¿escandalizarse? Sí. No es para menos, creo. Son vidas. Vidas de niños y adolescentes. Vidas que tienen fecha de caducidad. Niños nacidos y crecidos en el empobrecimiento y en medio de la fractura social que, también, se han agudizado tras la guerra contra el narco. Son las vidas niñas y mujeres violadas en sus comunidades cuando entran estos hombres a cobrar derecho de piso, cuando la comunidad se resiste a su crueldad. Son niños aún cuando los recluta el narco para que hagan de halcones, niños que no alcanzan la edad adulta antes de ser asesinados o encarcelados, son niños que se convierten en carne de cañón. Son las vidas de madres que buscan a sus hijos en fosas clandestinas, madres que son asesinadas por buscar a sus hijos. Vidas. Carajo. Son vidas.

Y sí, antes de las canciones existió la guerra contra el narco. Sí, antes ya se vislumbra como “posibilidad” unirse a las filas del narcotráfico para poder comer… ¿me explico? ¡comer! Pero promoviendo y defendiendo el consumo de dichos productos artísticos que, en lugar de ser una denuncia social contra la violencia brutal y ensordecedora de la guerra contra el narco,  son una oda a las personas que han dejado a este país derramando sangre, no se contribuye al cambio de las condiciones materiales que sostienen las estructuras de poder en las que hay vidas de primera, de segunda y de tercera. Casi es que la meritocracia de siempre, pero ahora disfrazada de “barrio”, porque la realidad es que los morritos del barrio con carencias y hambre están más lejos de llegar a ser como “el Chapo”, que de terminar en una fosa clandestina. Así que, igualito que la meritocracia de siempre, son sólo vidas que se suman a las filas de trabajadores empobrecidos, pero acá para el narco y como asesinos a sueldo a quienes se les mutiló la capacidad de empatía desde el día que vieron a un sicario asesinar, como si nada, y en territorio de nadie, a un contrincante de otro grupo delictivo en la disputa para quedarse con el control de los mercados locales de la droga .

Después de revisar quién es este cantante venido a más y que debe su éxito a que miles y miles de niños y jóvenes corean sus canciones sobre drogas, autos, mujeres, joyas, alcohol y dinero (cosas, pues), debo decir que no soy una “buena consciencia”, ni de cerca. Lo que sí soy, es una mujer que creció en un barrio, en la precariedad, en aquél lugar que es bien fácil romantizar cuando no tuviste que padecerlo. Mi familia está compuesta de una madre autónoma que vendía tacos, pambazos, comida; limpiaba casas y trabajaba de mesera en las madrugadas para que mi hermano y yo tuviéramos un plato de comida caliente en la mesa y un techo sobre nuestra cabeza, pero nunca pude normalizar la violencia que me rodeaba. Nunca pude acostumbrarme al acoso de los dealers que me seguían cuando llegaba de la secundaria. Mis oídos jamás se habituaron a las balaceras de madrugada, a las ambulancias ni a las patrullas. Mis ojos tampoco pudieron acostumbrarse a la muerte, a ver bolsas con restos humanos en la calle paralela a aquella en la que crecí. Tampoco me acostumbré a ver el hambre en el rostro de mis vecinas y vecinos de la misma edad mía y de mi hermano. La mayoría de esos niños que pasaban hambre, terminaron siendo parte de las filas del narco, y ninguno de quienes terminaron ahí, superó los 20 años: están muertos o enfrentando penas muy largas en prisión. Mi tío uno de ellos. Así que no puedo tararear alegremente las canciones que invitan a aspirar a esa vida. Y aún así, esto no se trata de mi sentir, o de si amo u odio los narco corridos, sino de que no entiendo la necesidad de dar opiniones polémicas a la ligera y casi que sólo para provocar. Y es que, encima, pareciera que por ser una opinión que es contraria a “las buenas consciencias”, ya le hace sentido a la gente que constantemente busca ser “políticamente incorrecta”.

¿Hacer canciones en las que los narcos son héroes es punk? Ah, ya. A mí lo que me parece punk es la vida, es resistir al sistema, a la crueldad. Punk y disruptivo sería que los niños nacidos en la periferia de la periferia en estados como Guerrero, Michoacán o Sinaloa, no estuvieran marcados para morir. Punk sería cantarles canciones de cuna y arropar sus cuerpos, cobijar sus vidas y negárselas al narco. Punk sería que esos niños pudieran vivir. Punk sería que no hubieran madres buscando a sus hijos en fosas clandestinas. Punk sería que México no fuera una enorme fosa clandestina.

Aspirar a ser un Carlos Slim merece su crítica, pero aspirar a ser un Capo del narco, ¿no?, ¿por qué no?, ¿porque “identificarme” -cosa que sólo puedes hacer si no te tocó padecerlo- con el barrio puede hacerme querer justificar la violencia que encarna?, ¿porque por vivir en el barrio no tenemos derecho a aspirar a la vida?, ¿a la vida digna, a la vida con alegría, a la vida con tranquilidad?

Las muertes sobre las que se sitúa la cima en la que está Peso Pluma no son un “detalle” dentro de sus canciones: son las muertes de niños y jóvenes, son vidas que se perdieron ante la mirada cómplice e impávida de la sociedad, son vidas que nos debe El Narcoestado. La violencia que se gesta en la precariedad merece ser denunciada, debemos alzar las voces en protesta, señalar la incapacidad del Estado para garantizar la seguridad y la vida de sus ciudadanía, debemos pedir condiciones de vida digna para todas y todos; mas negando la existencia de esa violencia o justificándola porque su origen es la desigualdad lacerante y ofensiva para la dignidad humana que impera en la actualidad, no vamos a poder problematizarla y politizarla para lograr hacerle frente.

Por otra parte, acusar de clasista o racista cualquier crítica o señalamiento de la violencia que se encuentra en las expresiones artísticas, es un argumento muy fácil y falaz, además de tramposo. Y no soy un señor blanco hablando de realidades que no le atraviesan, ni que justifica la pedofilia de la literatura para luego escandalizarme con los narcorridos. Así que no todas las críticas surgen desde la blanquitud y el privilegio.

Y bueno, podría decir más, mucho más, porque en lo que estoy de acuerdo es en que no se puede prohibir -ni aspirar a prohibir- el consumo de ciertos productos artísticos con base en la moral de un puñado de señores blancos privilegiados. Sin embargo, promover el consumo de ciertos productos sólo porque les tenemos cariño, me parece un despropósito.

Yo sí escribo a manera de provocación, porque el que un texto nos interpele y diga cosas argumentadas de forma inteligente y academicista, no significa que sea, realmente, un texto inteligente.

No hay pacto social que valga el intento de justificación de la glamorización de la crueldad del narco. No hay argumento inteligente que valga la invitación a aspirar a matar para vivir que se hace en muchas de esas letras. No hay justificación para que se pierdan las vidas de esos niños que nacieron en medio de sangre, las balas y las drogas. No debería haber vidas marcadas para morir.

Y, casi para terminar, cito las palabras compartidas a través de La Rabia en su página de Facebook: “En esta página tenemos varios colectivos de Madres Buscadoras. Lo que nos molesta de Dhalia de la Cerda es que escriba tan a la ligera, a nosotras no nos molesta las expresiones del pueblo, al contrario las celebramos, el Rock Urbano, los corridos, la salsa, la cumbia, el mismo reguetón fueron expresiones que salen de los barrios y la gente de barrios pobres, lo malo es “idealizar, glorificar” al narcotráfico, miles de personas desaparecidas, asesinadas es lo que ha dejado el narcotráfico. Y los miles de personas que viven esto pueden dar fé.”

Cierro diciendo que, como mujer precarizada, de la periferia, y testigo y sobreviviente, como muchas, de la narcoviolencia, me niego a que, bajo el contexto de la guerra, los corridos que engrandecen a los asesinos y que le cantan a las drogas, a las armas y a la violencia como aspiración, sean mi grito de esperanza, por mucho que esas letras reflejen mi entorno. Ya nos arrebataron demasiado, la digna rabia es mi grito de esperanza.

 

Foto Captura de pantalla, composición LCR

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