Por Paloma Cecilia Barraza Cárdenas
“Utiliza siempre el nombre correcto de las cosas.
El miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra.”
Dumbledore
En el universo de la famosa saga de Harry Potter, el emblemático villano ‘Lord Voldemort‘ es temido en el mundo mágico por su poder, perversidad y brutalidad. El temor es tal, que a lo largo de la narrativa se utilizan otras expresiones para evadir la utilización de su nombre: «quien tú sabes», «el que no debe ser nombrado», «señor tenebroso», etc. Hago esta alusión para hablar de nuestra propia maldición innombrable: la menstruación.
La menstruación se ha mantenido en el terreno de la opacidad durante mucho tiempo, lo cual ha provocado ignorancia, indiferencia e intranquilidad en las sociedades. Hemos arrastrado por décadas la carga de una cultura de mitos, vergüenzas y silencios, cuyo peso ha provocado que más de la mitad de la población mundial, durante una larga etapa de su vida, deba aprender a lidiar con un proceso fisiológico históricamente clasificado, manipulado y estigmatizado como ‘Artes Oscuras‘.
En un intento eufemístico y patriarcal de obstaculizar la autonomía de las mujeres, se ha sustituido el nombre a lo largo de los años con distintas locuciones características de cada región. Por ejemplo, en Estados Unidos se usan frases como «la llegada de la tía Flo», «ese momento del mes», «la semana del tiburón» o «código rojo». En México utilizamos expresiones como «andar en mis días», «me bajó», «tengo la regla», «la visita de Andrés» (el que llega cada mes), entre otras. En mi entorno familiar, se tenía incluso una nomenclatura propia, a nosotras nos visitaba un individuo llamado «Pepe Flores», porque todas conocían ya bastante bien a Andrés, y eso de clandestino no tenía nada. Revelo esta anécdota porque me lleva a pensar sobre la existencia de miles de términos, claves y lenguajes secretos para denotar un proceso biológico y normal, el cual además de impactar directamente en las vidas de millones de mujeres y personas menstruantes, tiene también gran trascendencia política.
Menstruar es político. La consigna suena disruptiva porque el ciclo menstrual es un tema que, a pesar de su habitualidad y regularidad, se ha mantenido oculto durante muchos años en la Cámara de los Secretos de la esfera privada y en la Sección Prohibida del ámbito público, reservado exclusivamente para las mujeres, como si no tuviera impacto social alguno. Esto no es una cuestión menor. Por un lado, el tabú del proceso ha provocado el surgimiento de estigmas reflejados en aspectos psicológicos y emocionales de quienes lo viven; pudor, asco, aislamiento y desapego, son sólo algunos ejemplos de los múltiples estragos a nivel personal, ocasionados por esconder la menstruación bajo una capa de invisibilidad social. Por otro lado, dicho encubrimiento también tiene fuertes implicaciones políticas, económicas y sociales, pues es un tema de salud pública, igualdad de género y derechos humanos.
Ilustremos lo anterior: en países como el nuestro, donde las desigualdades son abismales en tantos niveles y el machismo carcome todas las estructuras sociales, los sistemas educativos han fallado deliberadamente al no incluir en los programas de estudio información adecuada, completa y sensible en torno a estos temas, lo cual ha alimentado fuertemente el problema. La falta de acceso a esta información, tanto en nuestros hogares como en las escuelas, en conjunto con la estigmatización social, han provocado desinformación y desconexión con nuestros cuerpos y ciclos. Ello, además de afectarnos personalmente, tiene implicaciones sanitarias, educativas, monetarias, laborales, fiscales y ambientales, por mencionar algunas. Si a este complejo hechizo le añadimos el importante ingrediente de la interseccionalidad y somos conscientes de la heterogeneidad de las vivencias, contextos, realidades y situaciones de quienes menstrúan, así como de las múltiples brechas sociales, tenemos frente a nosotras un problema de proporciones mitológicas.
En otras palabras, una de las manifestaciones más evidentes de la utilización de la menstruación como herramienta de opresión, es la desigualdad en el acceso a recursos y servicios relacionados con una experiencia digna del proceso. De forma más sencilla y cruda, crecer en sociedades patriarcales nos ha obligado a gestionar un aspecto fundamental de nuestra existencia desinformadas, avergonzadas y confinadas a las paredes de un baño que en el mejor de los casos es privado y está limpio. A esto podemos agregarle los costos elevados e impuestos excesivos sobre los productos de salud menstrual, los cuales impiden su adquisición o impactan de manera diferenciada la economía de quien los necesita.
En suma, esta tradición oscurantista con respecto a la menstruación dificulta su identificación como una cuestión política y es, al mismo tiempo, uno de los elementos de impulso para su politización. Al tratarse de un tema de afectación diferencial y desproporcionada para las mujeres, son las feministas quienes orgánica y gradualmente imprimen contenido político a estos aspectos, pues los entienden y abanderan con perspectiva de género. Por ello, es fundamental romper los silencios y visibilizar la necesidad de llevar tanto a la conversación diaria como a la agenda pública este tema, así como construir una ruta crítica hacia una menstruación más consciente, digna, justa, informada, accesible e igualitaria.
Lo anterior, implica el diseño de normas y políticas con perspectiva de género y enfoques interseccionales, capaces de garantizar una educación integral e incluyente, libre de estereotipos y de todas las formas de discriminación. Asimismo, se requiere un sistema de salud con acceso sencillo y gratuito a productos y servicios de gestión menstrual para todas las personas y en todas las regiones. De igual forma, es necesario el fortalecimiento en las áreas de salud sexual y reproductiva para abordar la temática de manera holística. Otra cuestión de importancia, a pesar de los avances logrados en México y otros países de la región en los últimos años, es la aplicación de disposiciones fiscales y laborales transversales, acompañadas de instrumentos idóneos para su materialización y socialización. En suma, el reto supone la consolidación de una cultura de dignificación de la menstruación para transformar las creencias y costumbres que tanto han obstaculizado el libre desarrollo de nuestra personalidad. La magia está en nosotras: el miedo a un nombre aumenta el miedo a la cosa que se nombra.
Foto de Karolina Grabowska de Pexels. Composición LCR