“La discriminación en contra de las mujeres es la más antigua y persistente en el tiempo, la más extendida en el espacio, la que más formas ha revestido, la que afecta al mayor número de personas, y la más primaria, porque siempre se añade a las demás discriminaciones.” Ángeles Vivas
Por Paloma Cecilia Barraza Cárdenas
Las mujeres hemos sido invisibilizadas y no nombradas en distintos aspectos de la vida social a través del tiempo. El lenguaje y los espacios comunitarios no son la excepción. Aunque pudiera parecer algo que cabe en un genérico, el lenguaje no sólo describe la realidad, también puede crearla -un ejemplo claro es la función constitutiva del discurso jurídico-.
El lenguaje es una forma de expresión a través de la cual pretendemos comunicar y dar significado a las múltiples formas de manifestación de las realidades. Éste se transforma de manera continua para adaptarse a las exigencias temporales y espaciales de las sociedades. En dicho sentido, si las sociedades han sido patriarcales, el lenguaje se ha construido de la misma forma, es decir, ha privilegiado lo masculino en la arquitectura de los significados. Esta perspectiva invisibiliza a las mujeres. En palabras de Nuria Varela, “el mundo se define en masculino y el hombre se atribuye la representación de la humanidad entera. Esto es androcentrismo: considerar al hombre como medida de todas las cosas.” En otros términos, la omisión refuerza las estructuras patriarcales y produce un impacto diferenciado en las mujeres. No es una cuestión gramatical, es una cuestión política.
Flavia Freidenberg lo explica de la siguiente manera: el nexo entre género y política permite conocer los intersticios del poder, dado que las decisiones y las actividades políticas son «neutrales al género», se basan en una compleja red de normas, símbolos, evaluaciones y prácticas con un impacto diferencial para las mujeres. Cuando se incorpora esta perspectiva, se «quita el velo» a través del cual se miran los procesos políticos y eso facilita identificar y superar los sesgos implícitos.
Para comprender estos sesgos, es necesario un análisis de la construcción de los sistemas sociales a partir de las asimetrías de poder entre hombres y mujeres, así como tomar en consideración la configuración dominante de la representación masculina sobre las demás identidades dentro de la comunidad universitaria. La discriminación de género está enraizada en los ladrillos, pasillos, monumentos y aulas de nuestra máxima casa de estudios. La universidad como edificación, revela la opresión hacia las mujeres y constituye un instrumento para ejercer violencia simbólica y estructural de forma autopoiética.
Por tanto, reconocer la utilización del genérico masculino como una forma de discriminación en razón de género es el primer paso para garantizar nuestro derecho a ser nombradas. Nombrar y renombrar espacios son acciones simbólicas destinadas a imprimir un sello de reivindicación; nos ayudan a visibilizar que las mujeres formamos parte importante de estos espacios, a resignificar nuestro papel, a reforzar nuestras aportaciones, a identificar la escasez de áreas incluyentes, a reconocer la relevancia de nuestra actividad profesional y a rechazar ese borrado aparentemente simbólico, que en realidad arrastra una situación histórica, sistemática y estructural de discriminación. Las acciones de reivindicación son un excelente punto de partida para dignificar nuestro trabajo en la comunidad universitaria y honrar la memoria de quienes han luchado por esa inclusión, esa visibilización y esa igualdad material que aún estamos lejos de alcanzar.
La apropiación del espacio y la resignificación son comunes en contextos de protesta, porque son acciones que regularmente no provienen de las instituciones o autoridades, o bien, encuentran en ellas mismas la principal resistencia. Hoy, en la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Juárez del Estado de Durango, al renombrar espacios comunes como “Sala de Maestros y Maestras”, “Sala de Directores y Directoras”, ponemos el ejemplo de una de las pequeñas, pero significativas maneras de apropiarnos de los espacios públicos en conjunto con nuestras instituciones y entornos. Sin dejar de lado el trabajo arduo que nos queda por delante para alcanzar la igualdad sustantiva, renombrar es enviar un mensaje contundente para forjar otros principios, prácticas distintas y una nueva identidad hacia un futuro más igualitario y más feminista.
Foto de Sangiao photography