Por Itandehui Santiago Monroy
Hacerse las preguntas correctas es uno de los mantras más importantes de mi vida.
Así, hace unos días, tuve la oportunidad de escuchar un seminario de la Fundación Gabriel García Márquez sobre Cómo verificar la desinformación sobre género, para cuestionarme sobre cómo comunicamos: desde la prensa, las relaciones públicas o las consultorías en general.
Entre las decenas de dudas que surgieron, hay varias que llevan a pensar qué tan alejados o no, estamos de construir informaciones con un valor y sentido crítico justo.
Más allá de resolver el misterio sobre ello – aunque sí pondré un par de opciones sobre la mesa – quiero partir de cuatro conceptos que me parecen primordiales para entender, impulsar y/o dirimir ciertas notas vinculadas al género, sea en México, América o el mundo.
La primera. De acuerdo con María Eugenia Ludueña, cofundadora y codirectora de Agencia Presentes (Argentina), la violencia de género digital aún no tiene una definición acordada a nivel mundial. Si bien, parece que hay esfuerzos para colocarla en algún rubro, hay decenas y miles de ejemplos donde es imposible considerarlos en este concepto.
La segunda. “La relevancia sobre no mirar el total como si todas las partes fueran homogéneas.”
Que se comprenda la diferencia entre ser varón o mujer. Que es distinto ser cis, tras, lesbiana o gay y así entender, lo que es la perspectiva de género; para diferenciar si lo que vemos de las personas, corresponde a lo biológico o construcciones sociales. Para cuestionar estereotipos. Para señalar la desigualdad que hay en los roles que se les asignan a las personas en función de su género. ¡Parece simple, aunque no lo es!
La tercera: ¿Hay datos sobre la perspectiva de género? La respuesta es ambigua. Hay esfuerzos en algunas partes del mundo aunque pocos se construyen con sentido crítico y abren dudas sobre si consideraron todas las partes – hombres, mujeres, personas LGTBI+ -; a quién se consultó – académicos, organizaciones, activistas, fuentes de género -; y a qué historia de derechos humanos están contando.
La cuarta: Poca empatía al comunicar temas sobre diversidad sexual. Por desconocimiento y/o ganas de aprender. Algunos ejemplos referidos: confundir sexo con género. Equivocarse al hablar de orientación sexual y/o identidad de género, e incluso creer que estas se “eligen o deciden”. Comunicar de manera binaria – hombre/ mujer – y asociarlo con imágenes que refuerzan la idea: pelota/muñeca, azul/rosa. Mencionar el nombre y sexo asignado al nacer (salvo que la persona así lo desee).
Ante este esquema, pongo sobre la mesa tres incisos que parecen relevantes en la conversación:
A) Como decían en el seminario, hay que evidenciar la falta de información para crear una demanda de mejores datos. Cuestionarnos constantemente si lo que estamos refiriendo cuenta con el sustento necesario para ponerlo como fuente.
B) Incluir en los medios un especialista en el tema y capacitar a todos. Conocemos la crisis económica y de lectores; sin embargo, ¿no es más riesgo seguir perdiendo audiencias, las cuales son cada vez más renuentes de los vacíos informativos, que anexar en los procesos alguien con la capacidad de cuestionarse si la conversación es la adecuada?
C) Y por último y para mí el más importante: el compromiso del propio periodista, jefe de redacción, consultor de comunicación, relacionista público y/o cualquier persona que vaya a difundir datos para construir su nota con base en una perspectiva de género; basándose en conceptos como los aquí referidos, y cuestionándose así mismos como máxima de vida, para construir un mejor entorno informativo y ser una opción válida para el lector y/o las audiencias.
El trabajo es duro por ello solo queda, arrancar con las preguntas y darles vida a las soluciones con una redacción y construcción de ideas más equitativas.
Foto Pexels
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