Pocas veces las vemos porque no salen o no salen sin compañía, así que ignoramos o, incluso, olvidamos su existencia porque no siempre están en espacios públicos.
¿A quienes me refiero? A nuestras niñas, adolescentes y adultas con discapacidad por padecimientos y/o trastornos del sistema nervioso central y periférico: parálisis cerebral, síndrome de Down, autismo, demencia, esquizofrenia, paranoia, etc., que les impiden participar y convivir en la sociedad. Muchas familias optan por esconderlas por vergüenza o miedo a que las discriminen, maltraten y/o abusen de ellas; además, en ocasiones ni en su propio hogar las ven como personas y miembros de la familia.
No todas tenemos familiares o conocemos personas con alguna de estas afecciones y, por ello, como sociedad, no somos conscientes y ni sabemos de los peligros, desafíos y abusos que pueden enfrentar a diario.
Mi prima es una mujer adulta de 25 años, es curiosa, inteligente y cariñosa. Le encanta jugar en el agua, salir de paseo en coche y observar a través de su ventana todo lo que ocurre fuera de casa, pero cuando salen siempre se percata de que su mamá esté cerca y sólo confía en quienes siempre la cuidan. Prefiere estar sola y su “juego” es buscar y juntar tapas, frascos pequeños, popotes, calcomanías y adhesivos con colores y figuras llamativas. Le encanta la coca-cola, el pan y la tortilla, la comida con ajo, cebolla, canela, etc.; no le gusta el huevo, la papaya ni las fresas. Le encanta perfumarse y ponerse los cosméticos de su mamá y hermana y hacer todo tipo de travesuras, pero no le gusta que le tomen fotografías ni videos.
Mi prima tiene la edad mental de una niña de 10 años. No habla porque el área del cerebro del lenguaje está dañada, pero se comunica con sonidos, gestos y ademanes; su diagnóstico es Parálisis Cerebral Infantil (PSI) y Autismo. Por ignorancia, falta de criterio o prejuicios, ella ha sido discriminada y, en ocasiones, agredida por ser y actuar diferente.
En 2018, el Fondo de Población de Naciones Unidas (UNFPA) publicó una investigación sobre la relación entre discapacidad y violencia que establece que el 15% de la población mundial tiene algún tipo de discapacidad; dentro de este porcentaje, cerca de 200 millones son infantes y adolescentes. La infancia con discapacidad es en gran parte discriminada porque se le excluye de servicios educativos y de salud y, en consecuencia, padecen pobreza y violencia.
En todo el mundo, las niñas y las mujeres jóvenes son las más afectadas ya que enfrentan más violencia de género que quienes no están discapacitadas; asimismo, las niñas con discapacidad intelectual son más vulnerables a la violencia sexual, así que pueden acabar embarazadas, contraer, VIH y enfermedades venéreas, ser traficadas, etc.
Quienes cometen estos ataques las ven como blanco fácil porque su movilidad, intelecto y/o más vulnerabilidades las limitan para defenderse y puede ser difícil denunciar y crea las vejaciones que sufrieron; por consiguiente, tienen más riesgo de ser agredidas que quienes no tienen discapacidades.
Las actitudes y creencias sobre las causas de los tipos de discapacidad, física o intelectual, pueden ser diferentes en comunidades y familias, y en muchos casos están influencias por el nivel educativo, económico y creencias religiosas que pueden incitar a la violencia.
La discriminación y violencia contra niñas y mujeres jóvenes discapacitadas puede ocurrir desde que son muy pequeñas; las bebés que nacen con alguna minusvalía tienen más posibilidad de morir por asesinatos de “compasión” que los varones con la misma condición. Además, reciben menos alimento y se les llega a excluir de actividades e interacción familiar.
Desgraciadamente, quienes las agreden y violentan pueden ser la familia más cercana, vecinos, instructores, compañeros y cuidadores; la discapacidad también aumenta el riesgo de que se les trafique y/o venda para trabajos sexuales o para cualquier tipo de servidumbre porque se les considera “indeseables”.
En 2016, la otrora Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) realizó el “Diagnóstico sobre la situación de las personas con discapacidad”, donde se reconoce que la posibilidad de que niñas y mujeres con discapacidad sean violentadas y discriminadas es mayor que aquellas que no tenemos ninguna minusvalía.
En 2017, el Instituto Nacional de las Mujeres (INMUJERES) organizó el foro “Género, sexualidad y discapacidad” el cual fue un esfuerzo para atender a la población que no se incluye en las políticas de prevención y atención de la violencia. El Estado quien debe hacerse cargo de incluirlas con el apoyo de organizaciones civiles que conocen y apoyan/ayudan a este sector de la sociedad. Sin embargo, en 2018, algunas organizaciones civiles prepararon un “Informe Sombra” donde se denunció omisiones del Estado para mejorar su situación, y que sigue siendo urgente la atención y prevención de la violencia sexual hacia ellas.
Debemos seguir insistiendo a través de las instancias gubernamentales involucradas para que se realicen planes de acción y estrategias para erradicar la discriminación, el maltrato y la violencia hacia nuestras niñas y mujeres con padecimientos como mencionados anteriormente y hacer entender que son personas con derechos y que con acceso a servicios de salud e instrucción/educación adecuados pueden ser muy valiosas para la sociedad. Quienes somos “normales” somos su voz y apoyo para que se defiendan cuando no puedan hacerlo por ellas mismas.
Las enfermedades y padecimientos del sistema nervioso son muy diversos por lo que no todas pueden participar e interactuar del mismo modo pero, sin duda, lo más valioso que nos dan a diario es su compañía y amor y nosotras debemos corresponder igual y agradecer su confianza para que sean incluidas y participen en la sociedad en la medida de sus posibilidades.
Foto de alexandre saraiva carniato de Pexels: https://www.pexels.com/es-es/foto/fotografia-en-escala-de-grises-de-un-hombre-sentado-en-una-silla-de-ruedas-3044623/